estatua

Entre todos la mataron y ella sola se murió

El linchamiento es a nuestra contemporánea Era Cibernética lo que el garrote vil era a la Edad Media: un poderoso icono que condensa filosofía política, ética y economía de medios. El pensamiento de Michel Foucault, más vivo que nunca, sirve para entender fenómenos tan actuales y dispares como la creación del ISIS o la utilidad de Twitter.  La Justicia siempre ha sido un espectáculo de terror. Lo era en el Circo romano, lo ha seguido siendo en plaza pública durante más de 1000 años y hoy se perpetúa en formato audiovisual.  La quema de 60.000 brujas en el Norte de Europa para acojonar a la plebe y a los disidentes no es muy diferente a las imágenes que se graban hoy en los remotos páramos mesopotámicos para impresionar a la moderna Opinión Pública.

La Ley de Lynch, que importan al Nuevo Mundo los emigrantes alemanes, británicos y escandinavos, es una nueva formulación de la Justicia. Una turba anónima excretada por la Masa hurta al individuo el derecho elemental a protagonizar su propia muerte. Es aniquilado socialmente y desaparecido físicamente. Con el apogeo del marxismo y el nazismo, en pleno paroxismo de la Primera Guerra Mundial, el linchamiento se convierte en una auténtica categoría política. Es un instrumento tan eficaz que permitió a Alemania exterminar a 15 millones de seres humanos, sin disidencia y con gran economía de medios.

La Prensa española se siente tan culpable por la muerte de Rita Barberá que lleva dedicada toda la semana a intentar sacudirse las pulgas con diatribas morales y análisis edificantes. Por suerte para los periodistas, Pablo Iglesias está emperrado en hacer bueno el consejo de Lenin y decidido a ahorcarse con la cuerda que le han dado  Ni siquiera los más prostituidos y sometidos a las estrategias catalanistas se han atrevido a echarle un capote. La cornada que ha recibido por salir a dar el pase por naturales es mortal de necesidad.  Los chicos de Podemos  – me refiero a los periodistas – aún no lo saben, pero acaban de ser derrotados por un toro desahuciado.

De nuevo, el cobardón Albert Rivera se libra por tablas. El estrambote político de Iglesias y Garzón ha hecho olvidar que fue Ciudadanos el que exigió que el PP le entregara la cabeza de la alcaldesa de Valencia como pago simbólico por apoyar la Investidura de Rajoy  y evitar unas Terceras Elecciones. De modo que el cinismo de los halcones del PP, liderados por José María Aznar, no puede ser mayor.  Los mismos que llevan años sembrando cizaña y acabaron por fracturar el PP dando alas a la Operación Rivera, son los que se han lanzado de cuerpo presente a afear la factura de la división y el coste del sacrificio.

Los jóvenes cachorros del PP, que tenían prisa por amagar mordiscos a la presa cansada, tampoco salen muy bien parados. Les ha faltado temple y se lo recordarán  durante el próximo Congreso del mes de febrero.  La vida política puede ser muy dura.  En un país como España, los periodistas se la cogen con papel de fumar para contar que los hoteles de Benidorm están vacíos o que no hay nieve  en Baqueira Beret, pero no tienen empacho en arrastrar por el barro el honor de cualquier ciudadano  que comprometa los intereses del Régimen Catalanista.

(c) Belge. 26/11/2016
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