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30 años del Tratado de Adhesión a la CEE


De como nos la dieron con queso

Siendo español, un político debería fijarse siempre en lo que hace Gran Bretaña. Y porque lo hace. En la escena diplomática actual, se puede observar con absoluta nitidez como el “Premier” David Cameron está negociando mayores cuotas de poder comunitario y nuevos privilegios financieros para el sistema bancario británico y un trato de excepción para la City londinense. La probabilidad de éxito supera el 100%.

Caso inverso es el de España. Se cumplen 30 años de la firma del Tratado de Adhesión a la CEE y la ciudadanía debería preguntarse si tiene motivos para celebraciones o lamentos. El ansia de la sociedad española por “entrar” en Europa nos hizo confundir ensoñaciones y realidad. Como escribió Groucho Marx, nunca debimos entrar en un club que nos aceptaba como socios.  Se negociaron mal las compensaciones, con mucha precipitación, y 30 años después los balances económicos, comerciales y financieros son francamente negativos. Aunque mientan las hemerotecas, la memoria viva de millones de testigos permite recordar con precisión cómo era España y cómo era Europa el 10 de junio de 1985.

La suma de las ayudas directas recibidas por la clase política y empresarial entre 1985 y 2008, que no llega a los 20 billones de euros, ni siquiera compensa el desastroso coste indirecto para España de participar del “rescate” de Grecia. La masiva salida de capitales y la subida especulativa de la Prima de Riesgo acabaron por dar la puntilla en mayo del 2010 a una economía española que ya se tambaleaba. Cuando el Psoe de Felipe González llegó a la Moncloa, y empezó a negociar el Tratado de la CEE, la renta media de la clase media española rondaba el 70% de los ciudadanos de la República Federal de Alemania. Hoy, una amplia y mayoritaria fracción de esa clase media no supera el 45% de la renta de esos mismos alemanes.

Fue en 1993 cuando Alemania se quedó con el guisante en la mano, pero hasta 2011 España no se dio cuenta que le habían birlado la cartera. El análisis retroactivo de cómo el Reino Unido bloqueó en defensa propia las negociaciones del Tratado de Maastricht, o como la humilde Dinamarca se apeó del tren en marcha en último suspiro debería enseñarse en las facultades de Ciencias Políticas y Económicas. Una mezcla de ingenuidad y codicia nos empujó sin precaución hacia la mesa en que se repartían fabulosas ganancias.

Belge.  Análisis escrito y publicado el 10 de Junio de 2015

La crisis de la Unión Monetaria


Antes o después iba a ocurrir. En los escenarios previos que se manejaban sobre la implantación del Euro, antes incluso de que Grecia formara parte de la Unión Monetaria, se contemplaban las dificultades que podían atravesar en caso de crisis economías con culturas presupuestarias completamente diferente. De ahí la importancia que se dio, desde un principio, a los famosos criterios de convergencia de Maastricht. Eran básicamente 4 puntos. Estabilidad de Precios, Finanzas Públicas Saneadas, Tipo de Cambio Estable, Tipos de Interés Homogéneos. En realidad, se resumían a uno solo: política presupuestaria y fiscal rigurosa que permitiera controlar la inflación y mantener unos tipos de interés relativamente bajos, en línea con la política monetaria común impulsada por el BCE.

Tras el éxito de la conversión al euro de los países que conformaban la primera división de la UE, llegó el momento de incorporar a los equipos de “segunda”. El interés de Alemania por ampliar su mercado al Este facilitó mucho las cosas en un periodo de relativa bonanza económica. Como consecuencia de la relajación de los criterios de convergencias, hoy Grecia se ha convertido en el verdadero Talón de Aquiles de la Unión Monetaria. Es un país relativamente pequeño, y su rescate financiero por parte de Francia y Alemania debería tener éxito. Sin embargo, tras el caso de la nación helénica, hay media docena de países europeos cuyas economías pueden verse sometidas a las mismas tensiones antes o después. Lógicamente, el precio a pagar por el rescate es la renuncia velada a la soberanía fiscal.

Grecia es la punta del Iceberg de las tensiones que acechan a la UE. Los beneficios políticos del euro han sido escasos y han durado poco. El drástico ajuste presupuestario impuesto a los griegos va a tener efectos duraderos. No hace falta haberse doctorado en Ciencias Políticas para deducir un creciente rechazo popular a las instituciones comunitarias. Las ventajas de un gran mercado desabastecido son muy pocas, y el riesgo que se contagie el desafecto europeo, de una plaza a otra, y cuaje algún movimiento político hostil también es notable. Pero no todo es pesimismo. Una cosa está clara: la UE saldrá muy reforzada si logra sobreponerse a la crisis griega.

¿Está resultando difícil la digestión de las últimas incorporaciones al euro? ¿Es razonable pensar que en pocos años todas las economías europeas serán asimilables a la alemana? ¿Tiene razón Krugman al afirmar que no es Grecia, sino España el corazón del problema financiero en la UE?

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