Se han escrito millones de artículos sobre la naturaleza política del voto en Democracia. Para analizar su valor y alcance tiran de retórica; tan abundante es que constituye un género literario específico, lleno de perogrulladas y proclamas grandilocuentes. Pero ¿puede realmente decidir alguien “su” voto porque escuche a Albert Rivera intentar emular al genial Eddy Murphy de Su Distinguida Señoría?
En un sistema representativo como el nuestro, el ciudadano avala con su voto que unos u otros lobbies se hagan con el control de la Administración en beneficio suyo y de sus familiares. En los extremos del censo, unos ciudadanos ilustrados intentaran elegir el “mal menor” y otros – frustrados – “socializar” su cabreo. La única diferencia que se puede encontrar en los diferentes programas electorales es el nivel de capacitación de un grupo de militantes profesionales, vividores, oportunistas e incompetentes. La única diferencia objetiva entre ofertas electorales es el nivel de experiencia de los equipos gestores que se esconden detrás de las siglas. El buen gestor no obra milagros, pero una gestión negligente hunde la economía más solvente.El voto también tiene un valor mercantil y financiero aunque exista cierto pudor democrático en tratar el tema. El jubilado griego que votó a Syriza, manipulado por los medios, ha visto como Tsipras le subía los impuestos y le recortaba un 30% la pensión por encargo de la Canciller Ángela Merkel. Es obvio, por lo tanto, que su voto habría generado una mayor rentabilidad financiera si no se hubiera dejado engañar. En el mismo caso se encuentra el pequeño accionista griego que malvendió su voto a cambio de promesas delirantes.En España, de cara al 26J, tampoco es la misma la rentabilidad de los votos en función del presunto tramo social y fiscal de pertenencia. Sirvan unos sencillos ejemplos. Para un votante tipo de Ciudadanos, autónomo, con acciones en bolsa y patrimonio inmobiliario, la mejor rentabilidad la obtiene votando al PP, y la peor….votando a Albert Rivera. El otro caso paradigmático es el del PSOE: sus simpatizantes “pierden” rentabilidad con la elección de PODEMOS y la “ganan” reforzando al PP. En sentido contrario: el votante natural del Partido Popular obtiene su mayor rentabilidad siendo fiel a sus siglas. Y lo mismo le ocurre, pero en menor medida, al votante “asistencial” y “antisistema” de PODEMOS.Desde un punto de vista financiero y de la teoría del juego, se puede valorar la mejor apuesta estimando el teórico impacto de una mayoría absoluta. Una mayoría absoluta de Unidos Podemos hundiría los mercados y destruiría 2 millones de empleos La del PSOE y CS, por ejemplo, sería neutra y la del PP y PSOE, o PP y CS, sería positiva. En el caso extremo, una mayoría absoluta, por sorpresa, del PP duplicaría la bolsa en 6 meses y dispararía todas las inversiones internacionales en España.El léxico español da cuenta de esa realidad llena de matices. La riqueza de muchas de sus expresiones es única. No es lo mismo “votar con la cabeza” que hacerlo con el “corazón”; si alguien “vota con el bolsillo” es previsible que acabe “votando con los pies” si las cosas se tuercen porque una mayoría ha votado “con el culo”.(Visited 60 times, 1 visits today)