A unas de sus mellizas la quiso llamar Estúpida, y a la otra, Codicia. Pero por un capricho del destino, la primera salió lista y calculadora, y la otra, algo ingenua. Fue su manera de vengarse por ver truncados sus sueños de Miss de provincia. Era su manera de vengarse de él. El parto fue largo y doloroso, y milímetro a milímetro se fue apoderando de ella un sentimiento de rabia hacía el malnacido de su novio que la había dejado preñada. Nunca le había querido, ni cuando le gustaba. Debió pensar que se había pasado la vida sin saber lo que le gustaba, lo que le convenía. Todo transcurre por azar hasta que tienes que elegir el nombre de un niño o del chucho.Se conocieron por error. Recordaba aquel día por el miedo que dominaba su cuerpo y por el mayor orgasmo que había experimentado en su vida. No sabía aún su nombre y le estaba bajando las bragas en ese lugar mugriento que apestaba a orina y vómito. Le había dicho: “Confía en mí, te puedo ayudar”. De la mano, firme y suave, entre la gente que corría, se sentía extrañamente segura. Llevaba tantas horas conteniendo las lágrimas en aquel aeropuerto frío de Moscú, que la sonrisa de aquel chico le transmitía una agradable sensación de paz. Al entrar en los servicios de mujeres, acercó sus labios sin decir nada y la besó. La sujetaba contra la pared con su propio cuerpo, y percibía que su perfume delicado y dulce le invitaba a dejarse ir. Antes de que la penetrara ya había perdido el control. Sigue leyendo La trama