La socialdemocracia ha triunfado. No hay continente con mejores coberturas sociales, menos violencia, ni más riqueza que Europa. Todo un modelo de éxito aunque hoy necesite afianzarse con reformas que favorezcan la competitividad, desmonten fronteras internas o estabilicen las cuentas. Detalles de ajuste que no muestran decadencia sino corrección de excesos y apertura a la globalidad.Quienes tienen problema son los partidos socialdemócratas, que, en esta fase de consolidación y contención, no están sabiendo hacer valer lo conseguido. Y, en un impulsivo intento de mantener un liderazgo ético, caen con facilidad en discursos que se alejan de la realidad, resbalando hacia la mera emoción.El peligro de los partidos socialdemócratas está en los discursos, aparentemente inocuos, que incorporan emociologías como enganche, ya que no hay épica sin héroe ni héroe sin villano.
En la práctica, la socialdemocracia lleva tiempo apoyándose en las infinitas microemociologías (¿acaso no es manipulador acusar frívolamente de micromachismos?) que componen la presión de lo denominado como políticamente correcto.
¿El problema? A corto plazo no parece problemático, pero con el tiempo las emociologías generan vulnerabilidad. Se ha visto en EE.UU., donde los excesos de lo políticamente correcto han dado pie al triunfo de Trump con un discurso populista de derechas.