Recuerdo cómo era la cocina del primer piso de mis padres, que compraron cuando yo tenía cuatro años. Hasta entonces vivieron de recién casados un par de años de patrona, es decir, habitación con derecho a cocina y baño, y luego otros dos o tres años de alquiler en infrapisos indignos de que un ser humano viviese en ellos. Con dos hijos a cuestas.
Aquel primer piso en propiedad tenía “cocina económica”, es decir, una chapa que quemaba carbón o leña. Al vivir en ciudad quemábamos carbón y no leña. Los obreros de Altos Hornos de Vizcaya jugaban con ventaja, porque parte del carbón que quemaban en casa era lo que si no recuerdo mal llamaban “escarabilla”, polvo y fragmentos pequeños del carbón que se utilizaba en la fundición de acero. Les dejaban llevarse gratis a casa una cierta cantidad cada mes, en cubos. Con el paso de los años sustituyeron aquella costumbre por una paga extra anual que siguieron cobrando hasta que se cerró la empresa. Ese derecho a llevarse unos cubos de carbón a casa y luego el derecho a cobrar la paga lo disfrutaban incluso las viudas de los obreros de Altos Hornos, hasta que se cerró la empresa.
En las casas de los obreros esa era la única fuente de calor, y no todas las casas disponían de “cocina económica”. En general no había ningún tipo de calefacción en las casas humildes a principios de los sesenta. Era la chapa quien tuviera, o bien la mesa camilla con el brasero quien no tuviera chapa. Con treinta y tantos años aún me he calentado en invierno con brasero en una mesa camilla en el pueblo de mis suegros de entonces, en la provincia de Zamora.
¿Agua caliente? Lo que cabía en un pequeño recipiente, de quizá 8-10 litros, que aprovechaba el calor de los humos de la cocina en su salida a la chimenea. Aún recuerdo cómo de niño me bañaban de pie en una palangana, con una mezcla de agua fría y algo de agua caliente de ese depósito. Algunas chapas eran más modernas y el agua que calentaban subía por convección a un depósito un poco más grande situado casi a la altura del techo, lo que permitía enviar el agua al grifo del fregadero, pero poca gente tenía ese modelo.
En los sesenta se extendió en España el uso del butano. Mucha gente cambió su chapa de cocina por una cocina de butano, y poco después apareció en el mercado la “Catalítica Butater”, que como su nombre indica quemaba butano. Lo de catalítica era porque el material del distribuidor de la llama conseguía supuestamente la combustión completa del butano y por tanto evitaba el riesgo de formación de monóxido de carbono que sí tenía el brasero. La bombona iba dentro de la estufa. Ese fue el primer sistema de calefacción digno de ese nombre que tuvo la gente humilde en este país, la catalítica.
Había por tanto gente con chapa, gente con brasero y gente con catalítica. Bueno, y los ricos o acomodados, que tenían caldera de carbón o gasoil en su casa y si vivían en un piso disponían de caldera comunitaria y calefacción central.
En los setenta las redes eléctricas ya eran presentables y los bloques de potencia típicos de los hogares permitieron cambiar el butano por la electricidad. Cocina eléctrica de resistencias, horno eléctrico y radiadores eléctricos para la calefacción. Y termo eléctrico de 25 – 50 litros para el agua caliente. Eso sí, al cocinar había que apagar los radiadores para que no saltasen “los plomos”. Aún no eran habituales, ni obligatorios, claro, los diferenciales y limitadores de potencia. La cantidad de veces que le habré cambiado yo los plomos a la vecina cuando era un chaval, porque la pobre tenía ya una edad y no se apañaba.
Como es lógico, las condiciones de vida cada vez eran un poquito mejores para la gente humilde. Eso que llamamos progreso, vaya.
A finales de los ochenta por primera vez se empezaron a construir para la gente humilde viviendas con sistema de calefacción ya incluido a la entrega de la vivienda. Salvo Madrid, Barcelona y poco más no había redes de gas en las ciudades españolas. Por tanto, la única opción disponible era la electricidad. Fue el tiempo glorioso de la tarifa nocturna, con acumuladores de ladrillo refractario con regulación de carga y descarga y un termo enorme para agua caliente de 200 – 250 litros disimulado normalmente dentro de un armario empotrado.
Por primera vez en la historia la gente humilde tenía la casa caliente cuando volvía del trabajo. Ya no era necesario utilizar la bata en invierno. También se levantaba uno con la casa caliente cada mañana. ¡Ah! El progreso.
Para las eléctricas era un buen negocio desplazar buena parte del consumo a la noche. Así necesitaban menos inversión para dar el mismo servicio. Y para la gente era una mejora sustancial de sus condiciones de vida. Sobre todo, para los viejos, porque muchos se animaron a modificar la instalación eléctrica de su vivienda para instalar ese sistema. Y es que no hay nada peor que no poder calentar la casa a la vejez.
En los noventa se consolidó Gas Natural, aquella estafa fruto de la fusión de Catalana de Gas, Gas Madrid y otras. Fue una estafa, pero al menos permitió extender redes de gas natural en muchas ciudades del país. Y entonces se empezaron a construir para gente humilde viviendas con caldera de gas para agua caliente y calefacción. Menudo lujo, oiga. Agua caliente que nunca se acababa y calefacción ilimitada que además permitía controlar la temperatura que cada uno quisiera mediante un termostato. Y por si fuera poco el termostato podía ser programable. Algo propio de ciencia ficción en los años sesenta.
Hace algunos años las eléctricas decidieron dar un pequeño hachazo a su clientela cautiva y variaron los tramos horarios y las tarifas. La gente tuvo que gastar dinero en modificar su instalación para separar circuitos, poner un doble diferencial, etc… con el fin de que el puyazo fuese el menor posible, pero aun así la subida de la factura de electricidad fue un verdadero dolor de muelas.
Toda esta historia parece ser que la desconocen todos esos tontos de academia que llevan toda esta semana dando la murga en radio, prensa, TV y redes sociales defendiendo las ventajas del nuevo sistema de tramos horarios y tarifas tan resiliente y sostenible recién aprobado por el gobierno progresista. Nos afean además que no sabemos utilizar bien los electrodomésticos y por eso no sabemos ahorrar en el recibo de la luz. Son gente que no conoce la vida real, ni el mundo real, ni a la gente real.
Van a condenar a los viejos a tener que volver a pasar frío en invierno, pero dicen que es por nuestro bien. Y no se ponen ni “coloraos”. Y lo más gracioso de todo es que piensan que la gente les cree. Y aún peor, algunos de ellos creen sinceramente las tonterías que están diciendo.
Tontos de academia, eso es lo que son. Y los que no son tontos, son unos desalmados.
Magnífico
Este gobierno, cansado de recibir críticas por las subidas obscenas en días puntuales o no, ha decidido darle la vuelta a la tortilla sin cebolla y descargar la culpa sobre los “encendidos” consumidores, que ahora por no saber cuando darle al interruptor serán los responsables de pagar más de la cuenta a fin de mes. Claro, eso es más fácil que rediseñar las subastas para que el precio de pool sea equilibrado y no la merienda de negros que es ahora, donde si entra a la red generación de gas, te cobran ese día todo a precio de gas, aunque suponga sólo el 10% del total; la hidro y la eola, mayoritaria y casi gratis para las eléctricas “a precio de jabugo oiga”. Otro cuento chino: el déficit de tarifa. Armémonos de valor para entender semejante entelequia. A mi me ha gustado compararla con otro negocio, por ejemplo el de una tienda de ropa. Como en todo los negocios (incluido el eléctrico) hay secciones en que las que se gana más, otras menos y en alguna hasta se pierde. Pero el servicio al cliente manda y hay que tener surtido. Ahora bien ese propietario-propietaria-propietarie, resulta que en su sección de corbatas pierde dinero, pero la mantiene porque siempre hay algún despistado decimonónico que se le ocurre entrar a comprar una. ¿Qué hace entonces el dueño-a-e?, pues lo mismo que las eléctricas, decirle al gobierno que le tiene que compensar por lo que pierde en su sección de corbatería. Asunto arreglado.