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La historia de una foto mítica

La historia de una de las fotos más icónicas del ciclismo abulense versa sobre el paso del tiempo. Lo cantaba Leo Ferré con esa voz irrepetible que Dios le dió. Todas las grandes historias son tristes con el tiempo. chaba

Las ciclomarchas fueron un gran invento. Hasta que la codicia acabó con él. Si me tengo que quedar con una, la mejor de todas fue La Ciclomarcha de Los Lagos de Covadonga. La recuperó un grupo de aficionados asturianos en 2003. La que se organiza en la actualidad, desde hace 4 años, no tiene nada que ver con la iniciativa “original”. Es lo de siempre: un grupo de listos hizo caja, la vendió. Los voluntarios se quedan en esos casos con un palmo de narices. Han intentado mantener el recorrido – es muy bonito – con otro puerto intercalado, pero se ha perdido el espíritu. Llegábamos a Cangas, casi en fiestas ya, y el pueblo estaba contento. La última vez que fui, en 2019, estaba “apagado”, desconectado. Y eso que gracias a la pasta gansa, donde la administración veía problemas con 2000 participantes, ya no lo había con 5000.

La ciclomarcha de Los Lagos de Covadonda era casi perfecta, en todos los sentidos: voluntarios bien coordinados, organización discreta, un entorno envidiable, un pueblo acogedor , capacidad hotelera, coherencia del recorrido, dureza y belleza, buen rollo y gran ambiente entre los participantes. Lo dicho: la ciclomarcha ideal. Un tramo rápido y un par de puertos espectaculares: la Tornería, para entrar en materia, precioso, y la subida a los Lagos, más que dura. Dicho esto, la dureza de una subida no es su porcentaje de desnivel, es la velocidad con la que llegas a pie de puerto. Si has pasado la basílica en 3 horas, sabes que vas a sufrir una hora para llegar a meta.

La primera vez que participé, fuí como una moto hasta la Huesera, pero a punto de empezar el Mirador, reventé por falta de agua. Cometí el error de no parar en el avituallamiento. Tuve suerte: una pareja me dio su litrona de agua y un poco de conversación. Aún así, arriba llegué con más pena que gloria. Con la lección aprendida, al año siguiente paré en el avituallamiento, estuve un rato allí, y tardé 4 horas justas. No disfruté tanto pero llegué entero arriba. Y, dos meses más tarde, en la Perico, más de lo mismo: parar en los avituallamientos, aunque vayas como una moto, te obliga a recordar que has ido a disfrutar, a intercambiar buenos momentos con los demás, a rodar, a subir y bajar puertos, a expresar tu mejor ciclismo. Paré, me reí, bajé bastante despacio los puertos, y en los últimos 40 km, volé literalmente. El que guarda tiene, decía Arroyo, y es cierto. Navafría y esos 40 últimos km a fuego fueron una experiencia irrepetible. Llegué como unas castañuelas.
A lo que iba, antes de irme por las ramas: un conocido, que fue muy buen ciclista en categorías inferiores y se malogró por indisciplina, me decía, socarrón: “Belga, ¿Y por qué no compites? Le expliqué que nunca he querido competir. Para mi la bici, era un medio de transporte y pura diversión. De pequeño, no me perdía una carrera en la tele, con los grandes monstruos de leyenda…y por supuesto, yo era de Luis Ocaña. Desde los 7 años, tenía una pequeña bici de carrera, Seguí yendo al colegio y montando en bici hasta los 16 años. Recorrí Bruselas entera mil veces, de una punta a otra, pero no me atraía la idea de competir.

Volví a montar en bici en España, a los 27, por culpa de mi tío, el catalán, que competía en MTB por aquel entonces. Se gastaba medio millón en cada bici que se traía, pesetas de las de entonces, y se enfadó mucho conmigo cuando aparecí por allí con una bici que me dieron al comprar la batería del coche en un taller de Arévalo. Me costó 20.000 pesetas y pesaba exactamente 20 kilos. La sigo teniendo en el huerto, de recuerdo.Se enfadó tanto, el pollo, que cuando se fue, me prometí que le mojaría la oreja con ese mismo hierro.
Como soy bastante cabezón, y me gusta la bici, fui cogiendo la forma casi sin darme cuenta. De aquellos años y de aquella bici, recuerdo las vaciladas de Jose (Chaba) y David Navas. El caso es que cuando vino Miguel, al año siguiente, tuvimos que medio posponer el que iba a ser el Gran Desafío a Muerte en Ok Corral. Se había pegado un galletón de campeonato, compitiendo en Cataluña, el pobre. El caso es que estaba mermado, y siempre tenía excusas. Aquello definió lo que iba a ser un Reto por Entrega, nunca definitivo. Inventábamos recorridos y nos retábamos con grandes insultos. Las apuestas eran siempre cuantiosas pero no recuerdo que pagásemos ninguna.

El caso es que de esa forma un poco extraña, iba buscando recorridos (lo que hoy llaman segmentos en Strava) y superando marcas, con camiseta volandera, sin agua, sin guantes ni pedales automáticos, acumulando miles de anécdotas divertidas. La más surrealista ocurrió en septiembre. El Reto era un recorrido medio largo, pero nos pilló una tormenta imposible de describir. Por algunos tramos, corrían 50 centímetros de agua, sin exagerar lo más mínimo. Llegó un momento en el que el granizo nos dejó congelados, y tras arrasar unas cuantas cepas se nos ocurrió meternos dentro de un contenedor de la basura que se había volado. Caían piedras del tamaño de los huevos de codorniz. Al día siguiente teníamos moratones hasta en el DNI. El Gran Duelo quedó pospuesto de nuevo, por causa de fuerza mayor.

El que iba a ser el último Gran Desafío a Muerte en OK Corral acabó como todos los demás. Las cosas del Destino. En esta ocasión, había calentado la pesada y la rueda de prensa antes de saltar al cuadrilátero. Aposté a la grande. Le iba a meter 20 minutos arriba, en el Puerto de Mijares, y si no, tendría que pagar una copiosa cena. El suflé fue cogiendo volumen y se apuntaron varios testigos. Y a última hora, alguien se lo comentó a Carlos Sastre, y el ganador del Tour se vino a hacer los 122 km con nosotros.
La cosa prometía pero estaba un poco asustado. Nunca habíamos tenido tanto público y mi tío estaba bastante en forma. La única estrategia era meterle diferencia en los 60 primeros km del recorrido e intentar rematar en Mijares. La clave era llegar escapado a la Atalaya de El Tiemblo para luego poder rodar con todo el desarrollo. A punto estuvimos de lograrlo, pero no había contado con Carlos Sastre. Llegó todo enfadado y el Gran Desafío acabó, una vez más, antes de empezar. Terminamos el recorrido todos juntos.
Los años no perdonan, y al final se rindió. Cambió la bici por la petanca, el muy jodido. Con bici de carretera, equipación, entreno…la diferencia de edad era ya insalvable. Tengo una foto suya, que le hice con los 5 magníficos de la Escuela de Víctor Sastre, en la ciclomarcha de Paco Mancebo, en Navaluenga. Había ganado en la categoría Máster 40 y yo ni siquiera había completado la primera vuelta con una bici prestada, harto de caerme. Hazme una foto. chaba
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