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La Revolución Puritana (31): La Ciudad de Dios

San Agustín de Hipona, el africano, se convirtió al cristianismo tras una vida despendolada de estudiante díscolo. Según la guía que nos explicaba la pintura de Michelangelo da Caravaggio en la tumba de Santa Mónica en Roma, era hijo de una mujer maltratada que encontró en el cristianismo la fuerza para resistir el martirio doméstico y las habladurías del vecindario. Considerado uno de los padres fundadores de la Iglesia Católica, se aleja del Maniqueísmo y abraza la Fe de su madre en Roma, a los 33 años, justo a tiempo para vivir el saco de la ciudad y la caída del Imperio. A él le debemos las principales corrientes filosóficas y jurídicas que han configurado nuestro mundo actual.

Roma no era solo un lugar de perdición, era también la Ciudad de Dios en la Tierra. Como faro de civilización que deslumbraba a todos los contemporáneos, más allá de las fronteras del Imperio, era todo lo que podía llegar a ser. La luz que surge de las tinieblas, como de la barbarie trasciende el orden. La Fe, la Religión y la Iglesia son el calco idealizado de la Ciudadanía, la Ley y el Senado de la República que sobrevive a la barbarie de los vándalos del norte. Según los historiadores, el dominio de esas tribus germanas y escandinavas duró poco más de un siglo por su incapacidad para organizar la sociedad de un modo pacífico. Las bases sociales y culturales de la Iglesia Católica se convirtieron así en el principal foco de resistencia política al poder de los vándalos. Podría decirse que 1500 años después, seguimos igual.

De San Agustín hemos heredado del Maniqueísmo dos tentaciones determinantes: darle demasiada importancia al Antiguo Testamento y buscarle sentido a la Historia. Cuando los filósofos marxistas del mundo puritano intentan salvar los muebles de su ideología, a menudo invocan el carácter profundamente racista del régimen nacional socialista. No es igual, no, aunque no consiguen explicar de un modo convincente las diferencias. No se atreven a delatarse.

Del Renacimiento que trajo la Ruta de la Seda a la Revolución Industrial, el hecho más determinante fue el Descubrimiento de América y la importación del maíz y la de la patata. El excedente agrícola que propició en las regiones más septentrionales de Europa permitió alimentar ejércitos más numerosos y propició el imperialismo de los pueblos más violentos del Viejo Continente. Sobre la base de un modelo en esencia feudal y militar, organizaron la producción de bienes y servicios como si de una guerra se tratara. El Antiguo Testamento era el libro ideal para adoctrinar a las huestes y fomentar la obediencia ciega de los siervos. El mundo era un lugar terrible porque debía seguir siendo así.

La Revolución Digital y Cibernética que estamos padeciendo en la actualidad representa un salto cualitativo en el modo de propagar el miedo entre los individuos. Para garantizar su sumisión los pretenden aislados, débiles y enfermos. A diferencia de lo que ocurre tras el Renacimiento del Sur, ahora sobra mano de obra, sobran soldados, sobran consumidores, sobran viajeros, sobran viejos. Desde la óptica nihilista de los puritanos, sobra de todo. El desafío que no confiesan es, por lo tanto, muy diferente.

Releyendo lo que escribía Niestche en su idealización genealógica de la moral “aristocrática” corrompida por el resentimiento judeocristiano, y el instinto de decadencia que alimenta en la moral de los pueblos del Sur, para debilitarlos, tenemos un mapa preciso del neofeudalismo que subyace a la progresiva congolización digital de la anglobalización. La humanidad está enferma de decadencia y es misión de los puritanos sanarla, predicando que todo lo que creíamos bueno y verdadero es, en realidad, malo y falso. El Nuevo Hombre, vacunado contra el catolicismo decadente, es aquel que asume con naturalidad esa Nueva Normalidad Aristocrática y Feudal del mundo.

© Belge
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