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¿Cómo medir la codicia de una inversión financiera?


“Ike” Eisenhower es el General americano que ideó y ejecutó el audaz desembarco de Normandía. Tal era su popularidad al final de los años 40,  que el Partido Republicano de Richard Nixon recurrió a él para intentar poner fin a la hegemonía política de los demócratas  Barrió a sus contrincantes en las elecciones  de 1953 y 1957. Hablaba con gran claridad y será recordado por su memorable discurso de despedida sobre el Complejo Militar Industrial. Hoy añadiría, en su advertencia al pueblo americano, a los codiciosos Fondos de Inversión.

Gracias a la política monetaria heterodoxa de la FED, y su inyección masiva de dinero en el sistema financiero y en el mercado de bonos corporativos, los Fondos de Inversión se han convertido en los auténticos maestros de ceremonia de la Globalización Económica. Si a consecuencias del 11-S, ya hay casi 1 millón de norteamericanos trabajando para una de las 3.000 organizaciones secretas de seguridad nacional que enumera el Washington Post,  el 8 de agosto de 2007 es ya una fecha histórica en la Industria Financiera. El estallido de la Crisis Subprime y el colapso de Lehman Brothers cambiaron las reglas del juego económico en EEUU y en el resto del planeta. Fue el pretexto soñado para hacer Tabula Rasa, justificar toda clase de privilegios e imponer un verdadero estado de excepción financiero  que ninguna sociedad democrática habría validado en tiempos de paz.

Explicamos esto, y creemos necesaria la explicación, porque dichas reglas y excepciones afectan de lleno al proceso de inversión.  En los últimos años, y cada vez con mayor descaro, los Bancos Centrales se han dedicado a “esterilizar” el riesgo en beneficio de los Gestores de Fondo y en detrimento del resto de inversores en el mercado. Sirva para botón de muestra la subida del 400% de la bolsa americana desde 2009 o la delirante legislación de Zapatero y Sebastián para cebar y remunerar con dinero público la inversión fotovoltaica. Ni los propios bancos españoles, con todo el poder que se les presupone,  han sido capaces de contrarrestar las estrategias de estos Fondos americanos para quedarse por la cara con su cartera inmobiliaria. Hacen y deshacen con total impunidad, dejando en ridículo una y otra vez a los funcionarios de la CNMV.

En ese contexto de mercado, es bastante útil acudir a la Teoría del Juego  para rescatar algunos conceptos de la gestión del riesgo.  El resultado de una inversión o apuesta depende del azar y de las circunstancias temporales tanto como de la habilidad personal. Por ello, jugadores e inversores deben contar con un colchón suficiente que sirva para contrarrestar las rachas de suerte y las circunstancias adversas.  Es frecuente que recomienden a los novatos que piden consejo que cuenten con 400/500 “cajas” de reserva.  Esto es: una cantidad de 400 a 500 veces la cantidad de dinero que se disponen a arriesgar con el propósito de obtener una rentabilidad predeterminada.

En la práctica bursátil, una cantidad de 500 cajas equivale a 500 veces la cantidad que el inversor puede perder.  Esa cifra varía en función del tipo de valor que vamos a seleccionar.  Si en un valor de reconocida calidad y solvencia, se puede barajar un 15/20%, en un chicharro, esa cifra puede superar el 80%.   Para invertir  10.000 euros en Telefónica y ganarle 1500 euros al año, debemos contar con un colchón de 100.000 euros, pero para apostar esa misma cantidad en títulos como Abengoa, Ercros o Pescanova, se necesita un mínimo de 400.000 euros.

La codicia inversora, que los Fondos e intermediarios excitan con gran pericia, es el principal enemigo del pequeño inversor. No es ninguna casualidad que ese gran especulador que fue Kostolany divida la comunidad inversora entre “manos fuertes” y “manos débiles”, siguiendo la terminología habitual del poker.  La “mano débil” es aquella que no resiste la presión. Los demás “jugadores” huelen esa debilidad y colocan al inversor en una zona de dolor que le induzca a cometer errores.

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