Dios sigue siendo español (II)


…y sigue escribiendo la Historia de España con renglones torcidos. Recordábamos hace unos meses las famosas palabras del Almirante Hohenlohe-Neuenstein tras presenciar el prodigio de Empel y la audacia sin límite de un puñado de valientes castellanos. No es extraño: Dios siempre juega con blancas.  Desde la controversia entre San Agustín y el monje Pelagio, Dios y Satán disputan una tensa partida de ajedrez. Cuando parece que va a caer la posición, y los nihilistas cantan victoria, brilla la luz y surge la magia en el tablero.

Las elecciones andaluzas presentaban tantas aristas de peligroso filo como un cristal hecho añicos de una pedrada. Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y el lobby catalanista, que siempre esconde la mano, habían resuelto un modo sencillo de acular al Partido Popular de Pablo Casado y retalar la clásica retórica del frente popular. Se reían del famélico can del cuento, a la manera de las hienas en manada, pensando que mataban dos pájaros de un tiro. No es casualidad que desde Barcelona los periodistas más significados hablaran tanto de sorpassos.

La jugada era redonda. Fácil de ejecutar y de contar. Pedro Sánchez se hacía con el control de la Federación Socialista andaluza, con la ayuda de las mercenarias huestes de Podemos, y dejaban al PP a merced de Albert Rivera de cara a las Municipales y Europeas. ¿Que podía salir mal en ese Plan, si contaban con el beneplácito de la Prensa española, y Pablo Casado perdería tantos votos por su derecha a favor de VOX como por su izquierda en beneficio de Ciudadanos?

A estos genios cebados de butifarra por cuenta de la casa, les ha pasado lo mismo que al Almirante Hohenlohe-Neuenstein. No han tenido en cuenta la épica. Dios siempre juega con blancas, y la opinión pública andaluza, harta de ser manipulada y engañada, hizo una lectura perfecta del momento político. Los votantes más comprometidos con la causa socialista, por tradición y herencia sentimental, se quedaron en casa; los otros, los andaluces más comprometidos con su familia y con su nación, buscaron un bandera de su gusto para marcar el territorio. Unos y otros dejaron en franca minoría a sectarios, vividores del pesebre y jóvenes andaluces atolondrados y absurdos.

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