Epater le bourgeois. Ofender al (pequeño) burgués que todo cristiano lleva dentro. La elección de los símbolos, la puesta en escena, la cronología, todo delata la intención y las lecturas previas de Thomas Joly, el millenial elegido por Macron para dirigir la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos. Hay que ser muy ingenuo para pensar que semejante montaje puede salir adelante sin el visto bueno previo de todas las autoridades políticas y las fuerzas de seguridad de Francia. Eso basta para barrer, de un revés de la mano, toda suerte de análisis y consideraciones artísticas. El batiburrillo simbólico, que cualquier lector de Nietzsche puede descifrar sin dificultad, es una lectura derivada, de menor interés.La ventaja de no haber visto la ceremonia en directo (demasiado calor), es que las primeras reacciones jocosas llegaron sin filtro alguno. “Parece una flota de cayucos” escuché a una pareja de adolescentes, en la terraza de un bar. Poderosa imagen. El genio del populacho, que no mide sus palabras, no se puede imitar. La televisión son iconos. La ceremonia de los JJOO son un puñado de iconos lanzados sobre el tapete. El Destino ¡sí! juega a los dados.El Director de Ceremonia no parece excesivamente talentoso, pero Internet es una fuente inagotable de ideas e imágenes ajenas que se pueden piratear sin dar cuenta a nadie. Como víctima habitual de esos préstamos, sé de lo que son capaces. Les reconozco al instante. El cayuco es el símbolo, por excelencia, de la inmigración ilegal a Europa, vía Italia y España, el trampantojo teatral para el tráfico de esclavos negros que organizan los gobiernos de la UE con la ayuda de EEUU y de las mafias africanas. La mayoría llegan en avión, pero es importante desviar la atención para luego poder recalcar, con brocha gorda, que Nico y Yamal son hijos de africanos que llegaron en patera. Eso da votos a los candidatos elegidos por la CIA.Otro icono poderoso de estos JJOO es el caballo blanco del Libro de las Revelaciones. Cabalga sobre las aguas del Sena para liderar la flota de los cayucos y enfrentarse al enemigo declarado por ausencia: ortodoxos y católicos. No es casualidad si millones de católicos se han sentido ofendidos: han sido deliberadamente ofendidos por Macron y por el Comité Olímpico Internacional. Cualquier persona con dos dedos de frente sabe que semejante ultraje contra los mulsulmanes se habría saldado con miles de muertos en decenas de atentados y con el coro de los marxistas habituales justificando esos crímenes. La manera más sencilla de pretextar dichos iconos y ofensas era obvia: apelar a la Revolución Francesa. Del mismo modo que París lideró la Revolución contra el Antiguo Régimen, ahora lidera la Revolución contra la Antigua Religión romana (católica y ortodoxa). Derribar las estatuas de Colón, quemar Notre Dame o dinamitar la Cruz en el Valle de los Caídos, son pequeños tributos que hay que rendirle al Caos para que pueda surgir el Nuevo Orden Mundial puritano y aseado con el que soñaba Goebbels. Corrijo: Goebbels no se habría atrevido a soñar semejante proclama puritana en el corazón mismo de París.No es el fin de los tiempos, es sólo una patochada mediática. La antiglobalización toca a su fin. A China le ha bastado cumplir sus promesas financieras en África, en muy pocos años, para conquistar todo el continente. Lo que no hicieron los codiciosos puritanos en siglo y medio, lo ha logrado el gigante asiático en menos de una década. No ha necesitado montar guerras tribales, perpetrar genocidios ni pregonar que los negros son iguales que los blancos: solo construir hospitales, carreteras, escuelas y fábricas. Con un mercado de 6000 millones de consumidores, el futuro es suyo.