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La Revolución Puritana (29). 2030: apocalipsis zombi

En el año 2030, se cumplirán 100 años de la aparición de los zombies en el teatro, en el cine y en la política. Lo hizo de la mano de un puritano americano, formado en Suiza y fascinado por el culto satánico, y de uno de los primeros representantes del NSDAP (el PSOE germano) en el Reichstag. El escritor era William Seabrook y el político, Joseph Goebbels. Desde la tribuna de oradores describió a sus rivales comunistas como estentóreos y furiosos subhumanos, como animales que escupen veneno que debían ser erradicados y destruidos. El concepto de muerte sonámbula había nacido una década antes, en las trincheras alemanas, y germina en el Gabinete del Doctor Caligari, la mítica cinta expresionista de Robert Wiene y Hans Janowitz. El de “untermensh” arrastraba ya 4 siglos.

Dos tercios de las pelis y series sobre los muertos que deambulan se han rodado en los últimos 20 años. Decir que la temática es muy anglosajona es no decir nada, ya que las productoras americanas ostentan un monopolio casi absoluto de la Industria cinematográfica. Pero si es significativo que sea tan machacona como desprovista de variaciones y giros argumentales. Vista una peli de zombies, vista todas, sin que ninguna de ellas consiga explicar porque los muertos no se comen entre ellos, si es que necesitan comer estando muertos. A buen hambre, no hay fiambre duro.

Tras 20 años de proselitismo puritano, la Agenda 2030 suena a peli de zombies. Algunos envalentonados botarates sueñan con adelantar esa sociedad de castas que se nos viene encima, llena de parias y ancianos sin vida. Nunca ha sido cine de terror, era propaganda ideológica. Toda una generación ha sido educada en el manejo lógico de una serie de conceptos. Manadas de subhumanos caminan por la vida sin rumbo, propagando un virus letal. Para evitar contagiarse, los supervivientes deben evitar su mordedura y exterminarlos. La mayor dificultad, al principio, es la compasión natural que sienten por los vecinos, amigos y familiares que han sido infectados, pero poco a poco aprenden a superar esa debilidad y a exterminarlos en masa. No hay nada malo en acabar con su miserable existencia. Es más: practicar la eutanasia a esos cuerpos sin vida pasa a ser un imperativo moral para que no resuciten.

La resurrección de los muertos al final de los tiempos, que promete Jesús en el Evangelio de San Juan, es un acontecimiento gozoso para los católicos: “Yo soy la resurrección y la vida. El que vive en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás». Pero para los nihilistas, ese amanecer de los muertos al final de los tiempos no es una buena nueva. Los herejes puritanos niegan el dogma de la resurrección. ¿Si los Amos y Señores han sido predestinados por Dios para dirigir a Esclavos y Siervos en vida, cómo podrían sentarse todos en una misma mesa después de muertos? En lugar de administrar la extremaunción, conviene enseñarles a los jóvenes nihilistas neo feudales cómo destruir los cuerpos para que no puedan resucitar.

Entre los ritos satánicos que profesan los puritanos y blanquea el cine, está el legítimo derecho al genocidio. El neologismo fue acuñado por un jurista polaco al final de la II Guerra Mundial. Raphael Lemkin lo creó a partir de las raíces latinas gen (estirpe) y cida (matar, cortar) para describir la acción de exterminar a todo un linaje. Es diferente a matanza, aunque a menudo los marxistas luteranos jueguen a confundir deliberadamente ambos conceptos. Guerras mortíferas ha habido muchas en la historia de la humanidad, pero los genocidios son relativamente recientes, ligados siempre a los conceptos románticos de limpieza étnica y espacio vital.

El profesor Gregory H. Stanton, que colaboró en las resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que crearon el Tribunal Internacional de Crímenes en Ruanda y otros países de la región del Kongo, describió en un libro su experiencia. Descubrió que todos los genocidios siguen un mismo patrón, que se desarrolla por etapas, y que empieza por CLASIFICAR a un colectivo como problema o amenaza para la sociedad. Persiguen siempre anular la LIBERTAD y la SOBERANÍA del individuo, estigmatizando y discriminando al grupo disidente. El objetivo es la sumisión mediante el terror y la propaganda. Vilipendiados desde los medios de comunicación, los disidentes serán despojados progresivamente de todos sus atributos humanos y derechos. A partir de ahí, se empiezan a organizar mecanismos jurídicos y preparar escenarios políticos ad hoc para poder implementar las masacres y salir impunes de ellas. La siguiente fase, que precede al exterminio propiamente dicho, es la más conocida de todas: la delación y persecución de las víctimas. Al socializar el crimen, la implicación o complicidad de la sociedad, por activa o pasiva, facilita la posterior negación de los hechos y la impunidad de los criminales.

Aunque esa División del Trabajo del crimen, que Claude Landzman documenta en SHOAH, se perfeccionó en su forma moderna en la Alemania de los años 30 y 40, los emigrantes alemanes, escandinavos y anglosajones ya la habían ensayado con éxito contra las poblaciones nativas en América del Norte nada más empezar el siglo XIX. Solo se salvaron, en los antiguos territorios del Virreinato de Nueva España, las tribus que habían sido evangelizadas por los misioneros católicos.

© Belge
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