Cosas veredes que ocurren en España y antes ocurrieron en Alemania. La demagógica retórica nacional socialista y la incesante búsqueda de malvados judíos y especuladores a los que estigmatizar se remonta al siglo XIX y al peculiar modelo feudal de (sub)desarrollo urbano que surge en Europa a partir de la Revolución Francesa.
Cuando falleció mi abuelo Florencio, en abril de 1998, el debate político sobre la vivienda ya estaba en pleno auge. Estaban los que abogaban por comprar y los que defendían la cultura del alquiler. Entre estos, todos los que luego medraron y prosperaron a rebufo de Zapatero, liderados por Luis Ángel Rojo, por entonces gobernador del Banco de España favorable a todas las tesis germanas sobre el Euro. Lo cuento porque ese día, al abrir el baúl donde guardaba todas las hijuelas, títulos y escrituras de una larga vida, no apareció ni un solo documento de compraventa de ninguna de las casas que legó a sus 8 hijos. En cambio, todas y cada una de las 16 fincas rústicas que había ido comprando desde los años 30 tenían su escritura registrada.
No hay nada nuevo bajo el sol: cosas que tenían su precio de mercado hace 100 años, presentan hoy un valor residual. La utilidad de los bienes y servicios es relativa. El valor de una domus en Roma, en los tiempos de Cristo, no es el mismo que en el Edad Media, cuando su población cae por debajo de los 20.000 habitantes. Cuando Ada Colau, Pablo Iglesias y toda la gentuza que integraba la Plataforma de Afectados de la Hipoteca sostenían, altavoz mediático en mano, que había tropecientos millones de viviendas vacías (tu ya sabes: “Casas sin gente, gente sin casa”), ocultaban – a sabiendas – que todas esas casas estaban en la mayoría de los 8000 pueblos semi desiertos de toda España. Su interés era modificar la Ley Hipotecaria para facilitar el lucrativo negocio del alquiler en España y poder (mal)vender miles de pisos a los Fondos de Inversión, a precio de saldo.
Para facilitar el corrupto negocio del alquiler, primero debían destruir la cultura inmobiliaria de la sociedad española, transmitida de padres a hijos. Los activistas económicos y financieros a sueldo de la izquierda española se emplearon a fondo. Durante una larga década, promoviendo la Okupación, la Inseguridad jurídica, y toda suerte de mentiras estadísticas en los medios de comunicación. Para beneficiar a los Fondos de Inversión, no dudaron en destruir todo el sistema financiero en España.
La nauseabunda y criminal izquierda española busca, ahora, malvados judíos y especuladores de las consecuencias inevitables de sus propias fechorías y corrupción. Destruyendo la oferta, la seguridad jurídica y la cultura del ahorro inmobiliario, era inevitable que el lucrativo negocio del alquiler en mano de los puritanos anglosajones creciera, expulsando del mercado la demanda menos solvente. Ocurrió lo mismo en el Berlín, como le escribía el banquero Alfred Lansburgh a su hijo, en la quinta letra del 21 de febrero de 1923, tras serle requisadas dos viviendas para alojar “a familias pobres”.
Al igual que en aquella Alemania, si el PSOE y sus aliados pretenden expropiar el derecho al alquiler de los propietarios para comprar el voto de los inquilinos y mantenerse en el poder, la reacción será brutal e inevitable. La destrucción de la oferta inmobiliaria no resolvió la crisis del alquiler ni ayudó a las jóvenes parejas, pero sí alumbró el nazismo y disparó la criminalidad.
Cuando falleció mi abuelo Florencio, en abril de 1998, el debate político sobre la vivienda ya estaba en pleno auge. Estaban los que abogaban por comprar y los que defendían la cultura del alquiler. Entre estos, todos los que luego medraron y prosperaron a rebufo de Zapatero, liderados por Luis Ángel Rojo, por entonces gobernador del Banco de España favorable a todas las tesis germanas sobre el Euro. Lo cuento porque ese día, al abrir el baúl donde guardaba todas las hijuelas, títulos y escrituras de una larga vida, no apareció ni un solo documento de compraventa de ninguna de las casas que legó a sus 8 hijos. En cambio, todas y cada una de las 16 fincas rústicas que había ido comprando desde los años 30 tenían su escritura registrada.
No hay nada nuevo bajo el sol: cosas que tenían su precio de mercado hace 100 años, presentan hoy un valor residual. La utilidad de los bienes y servicios es relativa. El valor de una domus en Roma, en los tiempos de Cristo, no es el mismo que en el Edad Media, cuando su población cae por debajo de los 20.000 habitantes. Cuando Ada Colau, Pablo Iglesias y toda la gentuza que integraba la Plataforma de Afectados de la Hipoteca sostenían, altavoz mediático en mano, que había tropecientos millones de viviendas vacías (tu ya sabes: “Casas sin gente, gente sin casa”), ocultaban – a sabiendas – que todas esas casas estaban en la mayoría de los 8000 pueblos semi desiertos de toda España. Su interés era modificar la Ley Hipotecaria para facilitar el lucrativo negocio del alquiler en España y poder (mal)vender miles de pisos a los Fondos de Inversión, a precio de saldo.
Para facilitar el corrupto negocio del alquiler, primero debían destruir la cultura inmobiliaria de la sociedad española, transmitida de padres a hijos. Los activistas económicos y financieros a sueldo de la izquierda española se emplearon a fondo. Durante una larga década, promoviendo la Okupación, la Inseguridad jurídica, y toda suerte de mentiras estadísticas en los medios de comunicación. Para beneficiar a los Fondos de Inversión, no dudaron en destruir todo el sistema financiero en España.
La nauseabunda y criminal izquierda española busca, ahora, malvados judíos y especuladores de las consecuencias inevitables de sus propias fechorías y corrupción. Destruyendo la oferta, la seguridad jurídica y la cultura del ahorro inmobiliario, era inevitable que el lucrativo negocio del alquiler en mano de los puritanos anglosajones creciera, expulsando del mercado la demanda menos solvente. Ocurrió lo mismo en el Berlín, como le escribía el banquero Alfred Lansburgh a su hijo, en la quinta letra del 21 de febrero de 1923, tras serle requisadas dos viviendas para alojar “a familias pobres”.
Al igual que en aquella Alemania, si el PSOE y sus aliados pretenden expropiar el derecho al alquiler de los propietarios para comprar el voto de los inquilinos y mantenerse en el poder, la reacción será brutal e inevitable. La destrucción de la oferta inmobiliaria no resolvió la crisis del alquiler ni ayudó a las jóvenes parejas, pero sí alumbró el nazismo y disparó la criminalidad.