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¿Trae la Independencia una guerra civil a Cataluña?


El Desafío Soberanista, en marcha en Cataluña, es el enésimo episodio de las Guerras Carlistas. No ha pasado a mayores, de momento, porque ni a Francia ni a Alemania, ni al Reino Unido les interesa desestabilizar la región. De EEUU hablaremos otro día, tal vez cuando toque analizar sus extrañas estrategias geopolíticas en todo el Mediterráneo.

Leído en la Prensa una especie de análisis comentado del último informe de Convivencia Cívica Catalana sobre el coste que tendría para los pensionistas la Independencia y la ruptura de la Caja Única de la Seguridad Social, no me queda más remedio que analizar y publicar el que sería el escenario más probable. Tan predecible es, que cuesta imaginar un escenario alternativo.

La ruptura unilateral de la Caja Única, sin tiritas, supone la ruptura traumática del principio solidario de reparto. No se trata de una separación en el que un juez fije una pensión compensatoria para la mujer (economía catalana) y los desvalidos niños (jubilados).  De entrada, es un divorcio a hostias en el que los corruptos políticos y empresarios catalanistas se niegan a pagar sus deudas.  De hecho, ya han manifestado en ese sentido, y con total claridad, que no piensan reconocer y hacerse cargo de su parte (el 33% aproximadamente) del billón de euros de la Deuda Pública Global que suman Empresas, Familias y Administraciones.

La quiebra del criterio de reparto solidario llevaría a la nueva Hacienda Catalana a tener que hacer frente al pago de casi 2 millones de pensiones, con un desembolso cercano a los 30.000 millones de euros al año, y a España a tener que respaldar la totalidad de su Deuda. La consecuencia inmediata es que centenares de miles de pensionistas catalanes y ciudadanos intentarían cruzar la frontera y regresar a sus pueblos de origen, haciéndose pasar por españoles y votantes del PP de toda la vida. En buena lógica,  España no podría asumir ese esfuerzo y tendría que blindar la nueva  frontera.

La crisis humanitaria en territorio catalán tendría, a su vez, tres consecuencias más o menos directas. La primera sería una brutal caída de los ingresos turísticos reales (50.000 millones de euros de facturación) y del empleo; la segunda, traería el hambre y el racionamiento alimentario en Barcelona; la tercera sería el estallido de violentas revueltas entre facciones del independentismo, por un lado,  y un conflicto armado entre catalanes nacionalistas y catalanes españoles, por el otro.

El razonamiento que hacen los corruptos políticos catalanes, tanto los independentistas de baja intensidad como los radicales más significados, es erróneo por cuanto cuando postulan que el caos llevaría a las potencias vecinas a intervenir para separar a los contendientes y poner paz. Nunca en Europa ha ocurrido tal cosa, y los “mentes pensantes” del catalanismo no deberían contar la merienda ajena.  Nadie renuncia a sacar ventaja  primero y pescar en río revuelto.  Sobran ejemplos en la Historia reciente del Viejo Continente.

Los catalanistas Unitaristas no renuncian a alimentar el debate nacionalista con argumentos torticeros y tóxicos. No renuncian a sacar ventaja del pulso que se está librando y a conseguir un rédito de privilegios que les permita vivir del cuento durante los próximos 20 años.  Basta escuchar las primeras declaraciones políticas de los chicos de Ciudadanos, con Albert Rivera a la cabeza, para tener una idea clara de sus prioridades estratégicas.  “Vender” a la Opinión Pública que las pensiones públicas en Cataluña solo bajarían 144 euros al mes es tanto como blanquear y secundar toda la estrategia de Pujol y de los empresarios que patrocinan la aventura.

© Belge 28/11/2016

Entre todos la mataron y ella sola se murió


El linchamiento es a nuestra contemporánea Era Cibernética lo que el garrote vil era a la Edad Media: un poderoso icono que condensa filosofía política, ética y economía de medios. El pensamiento de Michel Foucault, más vivo que nunca, sirve para entender fenómenos tan actuales y dispares como la creación del ISIS o la utilidad de Twitter.  La Justicia siempre ha sido un espectáculo de terror. Lo era en el Circo romano, lo ha seguido siendo en plaza pública durante más de 1000 años y hoy se perpetúa en formato audiovisual.  La quema de 60.000 brujas en el Norte de Europa para acojonar a la plebe y a los disidentes no es muy diferente a las imágenes que se graban hoy en los remotos páramos mesopotámicos para impresionar a la moderna Opinión Pública.

La Ley de Lynch, que importan al Nuevo Mundo los emigrantes alemanes, británicos y escandinavos, es una nueva formulación de la Justicia. Una turba anónima excretada por la Masa hurta al individuo el derecho elemental a protagonizar su propia muerte. Es aniquilado socialmente y desaparecido físicamente. Con el apogeo del marxismo y el nazismo, en pleno paroxismo de la Primera Guerra Mundial, el linchamiento se convierte en una auténtica categoría política. Es un instrumento tan eficaz que permitió a Alemania exterminar a 15 millones de seres humanos, sin disidencia y con gran economía de medios.

La Prensa española se siente tan culpable por la muerte de Rita Barberá que lleva dedicada toda la semana a intentar sacudirse las pulgas con diatribas morales y análisis edificantes. Por suerte para los periodistas, Pablo Iglesias está emperrado en hacer bueno el consejo de Lenin y decidido a ahorcarse con la cuerda que le han dado  Ni siquiera los más prostituidos y sometidos a las estrategias catalanistas se han atrevido a echarle un capote. La cornada que ha recibido por salir a dar el pase por naturales es mortal de necesidad.  Los chicos de Podemos  – me refiero a los periodistas – aún no lo saben, pero acaban de ser derrotados por un toro desahuciado.

De nuevo, el cobardón Albert Rivera se libra por tablas. El estrambote político de Iglesias y Garzón ha hecho olvidar que fue Ciudadanos el que exigió que el PP le entregara la cabeza de la alcaldesa de Valencia como pago simbólico por apoyar la Investidura de Rajoy  y evitar unas Terceras Elecciones. De modo que el cinismo de los halcones del PP, liderados por José María Aznar, no puede ser mayor.  Los mismos que llevan años sembrando cizaña y acabaron por fracturar el PP dando alas a la Operación Rivera, son los que se han lanzado de cuerpo presente a afear la factura de la división y el coste del sacrificio.

Los jóvenes cachorros del PP, que tenían prisa por amagar mordiscos a la presa cansada, tampoco salen muy bien parados. Les ha faltado temple y se lo recordarán  durante el próximo Congreso del mes de febrero.  La vida política puede ser muy dura.  En un país como España, los periodistas se la cogen con papel de fumar para contar que los hoteles de Benidorm están vacíos o que no hay nieve  en Baqueira Beret, pero no tienen empacho en arrastrar por el barro el honor de cualquier ciudadano  que comprometa los intereses del Régimen Catalanista.

(c) Belge. 26/11/2016

Presupuestos Generales del Estado 2017: impuestos o consecuencias


John Maynard Keynes no sería hoy keynesiano pero Karl Marx seguiría siendo alemán. Este sencillo aforismo condensa todo el debate sobre el gasto social. La elección de Donald Trump en EEUU ha supuesto un duro varapalo para todos los partidarios de una globalización puritana y totalitaria. En España, primero, y en EEUU, después, se han podido escuchar inquietantes pronunciamientos públicos sobre la calidad del voto y los derechos políticos de la mitad de la población. A duras penas han conseguido disimular su prepotente desprecio hacia quienes se oponen a sus planes.  Pero no es una fractura entre jóvenes favoritos de la Nueva Economía  y viejos  outsiders del Sistema, ni siquiera el manido salto generacional: es una disputa religiosa que tiene visos de convertirse en guerra larvada.

Gasto social, si sirve la metáfora, es que los hooligans y mercenarios del nacionalismo más rabioso en Vizcaya o Gerona dispongan de agua, luz y calefacción gratis mientras los ancianos de la montaña leonesa o palentina se pelan de frío con pensiones de miseria. Gasto social es enseñar matemáticas en euskera con acento de Cádiz a la nueva plebe, es entrenar a los hijos de la rancia élite catalana para que sigan siendo los amos del cotarro. Gasto social es la subvención a fondo perdido que reciben miles de empresas nacionalistas ruinosas para que sigan malversando recursos financieros, defraudando impuestos y maltratando a sus empleados.  Podría decirse, en resumen, que gasto social es corrupción económica, pero sería señalar con el dedo a las Viejas Castas y a los Nuevos Castos que ofrecen en un mismo pack luchar contra la corrupción e incrementar el gasto social.

En las Costas Nacionalistas del Cantábrico y del Mediterráneo, los empresarios que viven de la Cosa Turística, y de trapichear con contenedores internacionales de mercancías, no pagan los impuestos que deben a la sociedad. No es un problema fiscal, no es un problema moral, y no es tampoco un problema político. Es un problema de consecuencias. Son las consecuencias del creciente fraude las que han llevado España al borde mismo del precipicio. Hemos dado un paso atrás, en el último suspiro de mes de octubre, pero no es motivo para bajar la guardia. Sería, de nuevo, contraproducente intentar apaciguar con más “gasto social” a los desalmados que nos empujaban al suicidio.

Cataluña, Baleares, País Vasco, Navarra y ahora Valencia, aportan al conjunto de la sociedad española menos de 70.000 millones de euros, incluidas cuotas a la Seguridad Social, IVA e Impuestos Especiales. Causan un gasto mínimo de 300.000 millones y originan un déficit estructural real superior al 20% del Producto Interior Bruto de toda la nación.  Incentivar, con más gasto social, la estupidez moral, la mala praxis económica y el sectarismo político solo conduce a la tentación de hacer tabula rasa y poner los contadores a cero. Los nacionalistas nos pueden empujar a saltar al vacío, pero no nos van a salir alas para echar a volar.

© Belge. 22/11/2016

Empieza la legislatura


Las Fuerzas del Mal han sido derrotadas. Una vez mas. Pero en la eterna contienda del Bien y del Mal, no hay batalla definitiva.  En esta ocasión, y en España, las fuerzas conjuradas de la izquierda  nacional catalanista han subestimado por completo la inteligencia política y el margen de maniobra de Mariano Rajoy.  También han infravalorado y hasta menospreciado la capacidad del Pueblo Soberano para entender  una guerra confusa y optar por el Mal Menor.

La definición del Mal político es tan clásica como la receta de la sopa de ajo.  En la mitología hebrea, que hereda la milenaria tradición de las tribus mesopotámicas, la disidencia de Lucifer (Ángel de la Luz) eleva el umbral de la discrepancia hasta  poner en peligro la supervivencia del Oasis (Paraíso).  Pero la antropología revela que toda esa cultura, de la que somos deudores a través del cristianismo, se manifiesta de un modo muy similar en casi todas las latitudes.  El Otro, el que está fuera, es un “bárbaro” y en muchos casos, ni siquiera es considerado como plenamente humano.

Pierre Bourdieu, el sociólogo francés seguidor de Adorno, demostró que el concepto marxista de Guerra de Clases es una falacia. Lo solía hacer de un modo sencillo en sus conferencias, recordando que los hijos de los obreros no quieren ser obreros, sino más bien dejar de serlo.  El trabajador  que describe Karl Marx es un “ángel” arrojado al desierto y que debe unirse a otros para  intentar asaltar los Muros del Oasis.

El gran acierto histórico del Partido Socialista, bajo el liderazgo de Felipe González, fue renunciar a los principios del Marxismo  y abrazar los preceptos de la Socialdemocracia.  Pueden parecer corrientes políticas hermanadas, pero en realidad son doctrinas antitéticas. Los conceptos que elabora Karl Marx nacen del Idealismo Alemán y de la Reforma de Martín Lutero, mientras que el pensamiento socialdemócrata (y democristiano) nace de la Revolución Francesa de 1789.  En un caso, quieren asaltar y saquear el Cielo, y en el otro, quieren tomar La Bastille para liberar a los presos encarcelados sin juicio, para restablecer el Imperio de la Ley en la Comunidad.

Las Fuerzas Mercenarias han sido derrotadas porque España sigue siendo, a pesar de 30 años de delirante sectarismo educativo, un país profundamente mediterráneo y católico.  Los conceptos totalitarios del idealismo alemán chocan frontalmente con los valores  de la Familia y de las Libertades Políticas que hemos heredado de la Civilización Romana.

Para superar su crisis, en esta legislatura, el PSOE debe volver a ser un partido socialdemócrata como Dios manda.  Y no será nada fácil mientras sigan creyendo que los marxistas luteranos son unos aliados naturales para su causa. Debe mirar a Roma y a París, y no a Berlín. Libertad  en Roma y Paris no era libertar esclavos, sino liberar presos políticos; Igualdad no era igualitarismo sino Imperio de la Ley para todos; Fraternidad no eran ni la Fiesta de la Primavera ni el Coro de la Patata, sino lealtad y solidaridad con los miembros de la Familia y de la Comunidad.

P. D.  Con todo esto, y un bizcocho, la economía y la bolsa española deberían empezar a recuperar el tiempo perdido.

(c) Belge 18/11/2016