Está claro que los lectores habrán caído en la cuenta de que no se trata del ejercicio de relación carnal, sino de otra importantísima operación, igual o casi igual de satisfactoria para entre ambas partes,
que era la de inspirar el tabaco convertido en polvo, el rapé, en grata compañía. Que era una ceremonia caballeresca entre uno y otro caballeros (dador y tomador) desde los siglos XVII al XIX, más o menos. A modo de análisis exculpatorio, examino lo que muy sesudos escribidores han pontifi cado sobre el tema, intentando explicar por qué el echar un polvo -de rapé- se entiende de manera
tan maliciosa.
Sea la que sea, la vía, por donde se ha colado la frase en su acepción maliciosa, interviene en gran medida el falso pudor, timidez o falsa vergüenza, que tenemos en usar las palabras claras respecto a los elementos fisiológico-sexuales y a las opciones que determinan su uso. De esa forma, decimos pipí, popó, para denominar una gestión
que todos sabemos se llama de otra forma. Y no pasemos a los términos con que todos camuflamos otras gestas; incluso existen
los regionalismos. De esta forma, podemos considerar polvo como un lexema y, ahora cuando se pronuncia, todos entienden lo que
quieren entender y punto.