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El huevo campero y la economía de escala


Al principio fue el huevo. ¿A cuánto debe venderse el sencillo huevo de gallina para que tengamos la plena certeza de que se trata de un producto natural y 100% ecológico? El Corte Inglés los vende a 2,80 euros la docena.  Para los que no son de ciencias, eso es un precio de menos de 0,23 euros por unidad por la sencilla razón de que estas aves tienen por costumbre ponerlos de uno en uno.

Una de las características fundamentales de las aves que corretean por el campo es que ponen menos que las gallinas estabuladas. Menos de la tercera parte. Para mejorar la producción,  suelen completar su dieta de maíz y trigo con piensos compuestos multi cereales que contienen vitaminas y proteínas varias   Los precios varían en función de los fabricantes, entre 0,6 y 1 euro por kilo. De media, una buena gallina (6 euros) comerá  50 kilos de alimentos variados al año y  llenara 12 hueveras ella solita.  Una simple división arroja que una docena de huevos caseros, con una dieta casi ecológica, cuesta un mínimo de 3 euros.

Cuando alguien quiere tapar u ocultar la evidencia de que nos están dando gato por liebre enseguida recurre al gran mito fundacional de la economía de tipo planificada y/o capitalista: la economía de escala. Si los huevos camperos les llegan a los consumidores por debajo de coste, naturalmente es por la dichosa “economía de escala”. Y de nada sirve hacer un cálculo razonable y razonado de todos los costes fijos e indirectos, amén de impuestos, que incorpora el sencillo huevo. Gracias a la mágica “economía de escala”, desaparecen los gastos de infraestructuras, de limpieza, de gestión, los salarios, los costes de transporte, almacenamiento, de distribución y de venta.

Basta darse una vuelta por cualquier mercadillo español para tener una idea aproximada de qué es la economía de escala y como pueden enriquecerse unos y otros vendiendo sistemáticamente a pérdida o por debajo de costes. Artículos que se producen por 10 fuera de España y se venden por 150 en cualquier establecimiento español, se pueden comprar por 3 euros o menos cada fin de semana. Hacen suyo el viejo principio económico: quien regala bien vende.

© Belge

¿Echamos un polvo? (1)


¿Echamos un polvo?  (1ª Parte)

Está claro que los lectores habrán caído en la cuenta de que no se trata del ejercicio de relación carnal, sino de otra importantísima operación, igual o casi igual de satisfactoria para entre ambas partes,
que era la de inspirar el tabaco convertido en polvo, el rapé, en grata compañía. Que era una ceremonia caballeresca entre uno y  otro caballeros (dador y tomador) desde los siglos XVII al XIX, más o menos. A modo de análisis exculpatorio, examino lo que muy sesudos escribidores han pontifi cado sobre el tema, intentando explicar por qué el echar un polvo -de rapé- se entiende de manera
tan maliciosa.

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¿Echamos un polvo? (2)


¿Echamos un polvo?  (2ª Parte)

 Sea la que sea, la vía, por donde se ha colado  la frase en su acepción maliciosa,  interviene en gran medida el falso pudor,  timidez o falsa vergüenza, que tenemos  en usar las palabras claras respecto a los elementos  fisiológico-sexuales y a las opciones  que determinan su uso. De esa forma, decimos  pipí, popó, para denominar una gestión
que todos sabemos se llama de otra forma.  Y no pasemos a los términos con que todos  camuflamos otras gestas; incluso existen
los regionalismos. De esta forma, podemos considerar polvo como un lexema y, ahora  cuando se pronuncia, todos entienden lo que
quieren entender y punto.

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