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Del animalismo como animalada moral y salvajada política

Hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. La genial y certera cita de Einstein ilustra a la perfección el debate que los animalistas se obstinan en abrir en España. A lo largo del verano, se ha conocido que son lobbies de varios países protestantes los que financian a estos violentos agitadores. Comparar es conocer. ¿Alguien puede imaginar la dimensión del “pollo” diplomático que se montaría si España financiara a activistas violentos en Inglaterra para que fueran a reventar la tradicional caza del zorro de sus aristocráticas y ecuestres señorías británicas?

Durante los calores africanos del mes de julio, los medios anglosajones y la prensa afín en España disfrutaron con la noticia de que un malvado cazador español había “asesinado” con una flecha traicionera al querido león Cecil en Zimbabue. Al final resultó lo más obvio: el arquero “españolista” era americano, sádico dentista y votante demócrata para más inri. Pagó más de 50.000 dólares para acabar con la vida de un viejo león amaestrado fuera de Zimbabue. La reserva donde los crían y de la que se “escapan” periódicamente para ser cazados gana cerca de 200.000 euros por cada animal.

Algo parecido ocurre en España con la ganadería del Toro de Lidia. Es un negocio tan rentable que ha logrado proteger una especie única en el mundo, además de preservar gratis la genuina dehesa española. Se cumple el viejo dicho de los conservacionistas más sabios: lo mejor para asegurar la supervivencia de un animal salvaje es comérselo o cazarlo. Según los datos objetivos publicados por Hacienda este año, el negocio de los Toros Bravos produce un beneficio directo neto de 3.600 millones de euros, sin contar el ingente impacto turístico y la repercusión gastronómica. Hay más de 2.000 plazas de toros en las que se celebran novilladas, al margen de los tradicionales y populares encierros callejeros.

Los violentos grupos animalistas financiados desde Suiza y Holanda ya se han dado cita a través de las redes sociales para ir a reventar las pacíficas Fiestas Patronales de la castellana villa de Tordesillas. Siguen las mismas pautas organizativas que los peligrosos hooligans del fútbol holandés. Las amenazas y coacciones recibidas han llevado a tener que suspenderse algunos de los conciertos programados en la localidad vallisoletana. Cada año son más los graves incidentes que provocan estos grupos nacionalistas de ideología radical, que se disfrazan de ecologistas para la ocasión, sin que el Ministerio de Interior quiera intervenir.

Los grupos radicales que se disfrazan de antitaurinos y de ecologistas ponen en grave riesgo la economía de muchas regiones y municipios, y amenazan la seguridad de las personas.  El turismo ligado a los encierros callejeros solo es bueno para Navarra, Cataluña y Valencia, pero no para Castilla. En ese caso, bajan el diapasón y ponen en sordina la campaña de insultos y amenazas en Twitter.  A estas alturas, queda claro que el animalismo es una forma de sabotaje económico que atenta contra un sector estratégico de la España interior. Antes ya hicieron lo mismo con el sector constructor. La pregunta fundamental es si se debe seguir consintiendo las campañas de insultos y la injerencia de terceros contra la economía española. El caso del león Cecil en determinada Prensa española y anglosajona no es una anécdota: es un claro síntoma del clima de integrismo puritano que aqueja en estos momentos a la cultura anglosajona a los dos lados del Atlántico.

 

© Belge. Julio 2015.
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