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El Crash del 17

Predecir los grandes movimientos de la Bolsa es un ejercicio que conduce a la melancolía, porque casi nada ocurre a fecha fija.  Desde el 1 de noviembre, cuando el FBI se pronuncia contra Clinton, las bolsas americanas han incrementado su capitalización bursátil en 8 billones de euros, una cantidad equivalente al PIB de las cuatro mayores economías de la UE.

En la escala que usa Warren Buffet para saber si el mercado se ha recalentado,  el Standard and Poors se ha salido de madre, muy por encima del 200% del PIB de EEUU.  Incluso cuando corrija un 33%, seguirá estando en la parte alta del rango 80%-160%. Es decir: tendría que corregir un 66%  en los próximos 2-3 años para regresar a la media que constituye la base de la tendencia histórica.

La principal razón por la que se va a producir un Crash del 17 equiparable al que fue el Crash del 29 es porque el mercado no puede corregir de otro modo. Se ha llegado a un punto, siguiendo los principios de la Teoría de los Grados de Liquidez, en la que cualquier pequeño recorte (0-10%) en las cotizaciones sería un acicate para que los inversores entraran en masa. Y es obvio que si los inversores no pueden entrar, tampoco pueden salir.

No es ninguna casualidad que EEUU haya elegido a un político excéntrico, nacionalista y proteccionista, para intentar levantarse de la mesa de juego con las ganancias.  La mecánica de la Tabula Rasa es justificar la excepción que rompe las reglas. Desde 2008, el leitmotiv impuesto por el gigante americano era resistir las tentaciones proteccionistas y mantener a flote el comercio mundial. Nadie debía levantarse de la mesa con las fichas.

En buena lógica, al resto de grandes jugadores no les hace mucha gracia que EEUU intente retirarse de la partida después de haber hecho trampas. Tras 2 o 3 meses de confusión y tanteo, van a empezar a pasar cosas en la escena internacional. Los inversores YA están atrapados:  no pueden entrar y no pueden salir de los mercados financieros.  Intentan buscar alternativas que no dejan de ser una ilusión fiduciaria en un mundo en el que el Valor ha sido proscrito.

Estamos en vísperas de un periodo de hiperinflación. Pero a diferencia de 2008, cuando lo expliqué por primera vez,  ahora el olor a agua que trae la tormenta se percibe en la economía real.  Entonces, muchos lectores se reían con la ocurrencia.  Aunque los monetaristas falaces  llaman hiperinflación a una subida desbocada de los precios, en realidad es el término natural de un proceso de DEFLACIÓN que destruye la FE en las instituciones y en los mercados.  Ni la moneda ni el crédito valen nada si se destruye la confianza depositada en el creador de mercado.

Un sencillo ejemplo permite ilustrar este mecanismo.  Un simple incremento del 1% diario en un producto de primera necesidad elevará su precio por 40 al cabo de un año. Es inflación. Si el incremento que se produce es del 2%, el precio se multiplica por 1500. Sigue siendo inflación, a pesar de resultar casi insignificante pedir 1,02 euros en lugar de 1.   Pero si pedimos 1,10 euros por el producto, para cubrir la comisión de cambio inmediato a otra moneda, entonces el precio se multiplica por 2 cada semana, por 20 cada mes, y por 10.000 en un trimestre.

De modo que la definición más sencilla de lo que es el fenómeno de “Hiperinflación” sería la de  “comisión de cambio” o  “tipo descuento por desconfianza”.   La “hiperinflación” es la antítesis del mecanismo de inflación mediante el cual se busca maximizar el beneficio. Es la comisión de cambio que se paga diariamente por desconfianza y deflación del mercado.
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