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La Revolución Puritana (24): La lógica perversa de los tests PCR

Para que el gran público entienda la perversa lógica de los tests PCR habrá que esperar a que algún rastreador cuente en sus memorias cómo empezó haciendo tests de antígenos como becario y acabó cazando peligrosos asintomáticos y enfermos prófugos. Con un título al estilo de Pablo Neruda: confieso que he vivido.

Ni siquiera el nombre es inocente. Rastrear, seguir el rastro de un animal para encontrarlo. Eso dice la RAE. ¿Y qué rastro es ese? La propia vida social y religiosa de los individuos. Comparar es conocer. Si le preguntan a un ciudadano español por su vida reciente, confesará que, además de ir a trabajar y coger el Metro, asistió a una boda, acudió a un funeral, hizo deporte en grupo y se fue de copas con sus amigos. Si le siguen el rastro a un noruego, no encontrarán ni una sola huella en la nieve: no ha salido de casa.

El protocolo que se sigue en España para los tests PCR es bastante rebuscado. Si una persona da POSITIVO sin síntomas, tiene que estar 10 días aislada. Pasado ese tiempo, es libre de hacer vida normal. Si el contacto da NEGATIVO en la prueba, tiene que estar aislado, pero deberá repetir el test a los 10 días. Si da POSITIVO, tiene que quedarse en casa otros 10 días y 3 más sin síntomas antes de quedar liberado. La lógica implícita de los tests salta a la vista. Aislar al enfermo y estigmatizar al entorno.

El castigo es evidente. Aislar 24 días seguidos a una persona, no sólo es perjudicar su negocio y colocarle un tremendo sambenito social, es dejarla a los pies de los caballos. Mentir y ocultarse, para hacer vida normal, o alejarse preventivamente del OTRO, usar mascarilla y someterse. Es un verdadero dilema. Al contagiado se le trata como a un enfermo, pero al contacto, como a un irresponsable que ha confesado su pecado. Al primero, le trata un médico; al segundo, le persigue un rastreador.

Los que premeditaron el sistema, con la excusa peregrina de que Alemania había evitado los contagios haciendo tests masivos y aislando a los “irresponsables”, no razonaron demasiado que estos protocolos de actuación están pensados para entornos “urbanos” en los que los vecinos no tienen trato. La perversidad de indultar a los “culpables” y “castigar” a los inocentes tiene consecuencias lógicas imprevistas que se aprecia con toda nitidez en los pueblos. Allí es donde se ve el hilván de los tests PCR porque no necesitan rastrear a nadie: los contactos se presentan voluntariamente, en fila. Son demasiados, son casi todos.

En cuanto sale la noticia de un POSITIVO, se llenan las consultas de vecinos.Todos han sido contactos, de modo que el personal médico ya no se dedica a otra cosa. Hacer tests y dar explicaciones, dar explicaciones y hacer tests. Porque la mayoría de la gente no entiende que deba quedarse aislada en casa si el resultado de la prueba es NEGATIVO. No están enfermos y no entienden que deban ser “castigados” por haber hecho “vida normal”. No entienden la paradoja de que los “enfermos” salgan antes a la calle que los “sospechosos”.

La mayoría de la gente no entiende la perversa lógica de los tests PCR porque el protocolo se ideó para crear miedo y mantener a la población en tensión. No se trata de preguntar cómo se hacen los tests. La pregunta pertinente es: ¿Por qué los hacen? Cuando preguntan a un enfermo por el posible origen de su contagio, lo que le están preguntando es si ha acudido a bodas católicas, velatorios, misas funerales, y se ha ido de cañas con amigos. De forma ingenua, acabará confesando, como Pablo Neruda, que ha cometido el pecado de vivir y hacer vida social en un país de cultura católica.

La demostración del engaño es tan sencilla de hacer como decretar que todos los habitantes son “contactos” y mantenerlos aislados durante 23 días. Pero dado que ya se hizo en marzo, abril, mayo y junio, durante 100 días y 100 noches, la supuesta lógica epidemiológica de los tests se cae por su propio peso.

© Belge

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