Tiempos de silencio

De natural silente, el animal humano es ser al acecho. Presa y depredador, aguarda a veces lo uno, a veces lo otro. La palabra no es un lujo, es una necesidad religiosa. Se la debe al prójimo por costumbre y convención. En los últimos meses, toda la poesía de la que es capaz ha sido acallada. Se ha suspendido cualquier ceremonia en la que se acaba bebiendo y cantando. Molesta que alguien tome la palabra y asuma el riesgo de hacer suyo el verbo de todos, molesta el juego de la representación. Nos quieren asustados, enjaulados, numerados y sumisos.

Durante los 100 días que duró el Toque de Queda en España, se paró el reloj pero no se detuvo el tiempo. Fue algo nuevo, que nuestra generación no había experimentado. Quitarse el corsé del tiempo convenido y descubrir la verdadera esencia de la cuarta dimensión del Espacio de Euclides ha sido una sensación placentera; la paradoja es que abundan más los testimonios de angustias que de liberación. Debe ser eso el famoso miedo a la libertad. Los medios de comunicación del nuevo régimen han insistido en alimentar un juego de expectativas malsanas para mantener desvelada a la Opinión Pública. La tensa espera a que pase algo. Madrugar para comunicarse en precario y simular un trabajo de oficina sin oficina, hacer cola en la calle, encender la tele para escuchar horas de NoDo, y salir a aplaudir a las 8, por costumbre. Pero al final, hasta el tiempo de los whatsapp febriles y de las videoconferencias dio paso al silencio. Y a la duda, que lo carcome todo.

Los que no vieron venir nada lo quieren explicar todo. Esa cháchara de puritanos y chivatos resulta insoportable. Llevan meses pidiendo que nos vuelvan a confinar en casa, como si el confinamiento social y económico hubiera cesado. Incluso a los presos más conflictivos les dejan salir al patio una hora al día. Al contrario: la distancia social crece día a día, a pesar del esfuerzo de una minoría por volver a hacer una vida normal. Vanas ilusiones, que el verano entierra. Si los rumores y las filtraciones se confirman, en dos o tres semanas nos volverán a encerrar en casa.

Las almas más cándidas se preocupan por la tradicional Vuelta al Cole, fingiendo desconocer lo que el gobierno ha premeditado hace meses. Para los niños, es una bendición no ir al colegio y tener a sus padres cerca, todo el día. No echan de menos a sus amigos: en su mundo no hay relojes que alimenten sus expectativas. No tienen que superar pruebas. Al colegio van, precisamente, a aprender a pasar exámenes, cada vez más difíciles. Es parte de ese juego que los adultos llaman socialización. Mucha diversión y unas pocas obligaciones. Les enseñan a poner en hora el despertador, a dividir el tiempo en fracciones diminutas y rotas. Si les dejan, los niños juegan hasta que se aburren y se cansan, hasta que se quedan dormidos.

La gran novela de Michel Tournier, “Vendredi, ou les limbes du Pacifique”, es una recreación del mito de Robinson Crusoe. El náufrago descubre que el tiempo es ese limbo agradable en el que flotan los cuerpos y se relaja el espíritu. La respiración pausada que te mece como una ola, al compás de las estaciones, es instinto de supervivencia. Fluir sin pelea cuando la corriente es amable.
Confinado en una isla, que se esfuerza por administrar y gobernar, a Robinson le cuesta 157 páginas apagar la tele. Y parar el lento goteo de la ingeniosa clepsydra que ha construido para domesticar el tiempo. Es tic-tac ruidoso e imperativo se vuelve tóxico.Nos envenena de miedo poco a poco y atenaza: el siguiente examen siempre es más difícil que el anterior. ¿Digitalizarse a los 60 años? ¿Entender la ausencia de lógica de las aplicaciones informáticas que nos venden como modernidad? ¿Asumir como “progreso” los parches, las actualizaciones incesantes y las ñapas de los programadores? ¿Comulgar con los estúpidos voceros del NoDo, tragar propaganda malsana y no rechistar?

El silencio es dieta necesaria: delata al intruso que se adentra en nuestro bosque sin permiso. Los pájaros dejan de cantar, el rumor de los hojas aguarda, la sombra acecha y toda la faena se detiene. Vivir en silencio, al compás de lo que nos rodea, nos devuelve el instinto:despierta nuestra alma. Lo que percibimos como alma es el instinto presente de todos nuestros sentidos. Lo intuimos como el recuerdo de un futuro inminente que nos llena de confusión.

Para el ejército de ocupación que amenaza la civilización humana, distancia social es sinónimo de aislamiento. La sumisión y el control político de los individuos facilita la organización de un régimen feudal totalitario. Pero la mayor distancia profiláctica entre los seres humanos no son unos pocos metros, es el silencio que les separa del Prójimo y le mantiene a raya, al otro lado de la frontera.

Hemos venido denunciando desde antiguo que la codiciosa política de deflación impuesta por Alemania venía cargada de granizo. Siempre ocurre lo mismo. La Codicia llama al Agravio y el Agravio al Proteccionismo. En un mundo como el nuestro, civilizado desde hace siglos, en el que los unos dependen necesariamente de los otros, la suspicacia es siempre el preludio de la paz armada. Crece el inventario de agravios que hacen insoportables las relaciones comerciales y arruinan el horizonte. Dejar de consumir y de invertir, en defensa propia, es siempre más sencillo que esforzarse por acudir a las Ferias y participar del Mercado.

© Belge
Periodista. Autor de La Estafa del Euro explicada a un niño de 6 años (2018) y de Inmunidad de Rebaño (2020)
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