El populismo no es un brote de sarampión. Les jacqueries del siglo XVIII que trajeron la Revolución Francesa y acabaron con el Ancién Régime eran explosiones de rabia política provocadas por las malas cosechas y el creciente peso de los impuestos. En pleno siglo XX, en Francia, Pierre Poujade era un simple comerciante que se rebela contra un sistema fiscal inicuo que castiga al mundo rural en beneficio de los urbanitas y sus voceros. Es por ello que se considera habitualmente el poujadismo un movimiento reactivo y conservador, frente a la Ilustración que ilumina a las Ciudades. Los Sacerdotes del Progreso, que siempre viven de la leva de impuestos, son los encargados de guiar al rebaño por el Camino correcto.La tesis de Bernard Henri Lévy, el nuevo filósofo de mi infancia, cabe en el titular de una tribuna de opinión: el populismo es “sólo” un brote patológico que aqueja a una Democracia senil y acomplejada. Es la vieja teoría americana de la postguerra, popularizada por el cine, los medios de comunicación y las grandes agencias de prensa occidentales: el nazismo fue “sólo” el brote psicótico agudo de una sociedad alemana castigada torpe o injustamente por el Tratado de Versailles. Tony Judt, el gran historiador británico, ya denunció en su magna Postguerra como el Ejercito americano ideó esa estrategia para “blanquear” a los distintos responsables y cómplices del mayor exterminio de la Historia de la Humanidad tras el “oportuno” fallecimiento de Roosevelt. Fue así como la inmortal Viena de Las Luces, el verdadero foco del nazismo desde las postrimerías del siglo XIX, se convierte por arte de birlibirloque en “víctima” del populismo marxista y germano. Enfermedad senil, si, pero de la vieja, aristocrática e ilustrada sociedad del Imperio Austro Húngaro.En las trincheras y en los barros de la Primera Guerra Mundial, los perdedores y supervivientes de la mayor atrocidad de toda la Historia de la Humanidad provocada por capricho fueron tomando consciencia de que el enemigo no estaba enfrente, sino detrás de ellos. Se acabarían amotinando contra esas “élites” que se habían pasado 4 años de guerra asesinando a sus compañeros y amigos por la espalda. De modo que las penurias materiales de los años 20 no debieron ser nada en comparación con la frustración y resentimiento de ver a los “ganadores” salirse con la suya y volver a subirse al Púlpito a sermonear al rebaño. Y cuando la hoguera está caliente, cualquier material arde. El lema “el trabajo os hará libres” era una burla a los nuevos pastores de la República de Weimar.Pero Bernard Henri Lévy se equivoca en lo básico, según nos parece. Los valores del marxismo luterano, que impregnan tanto la sociedad europea como la americana, son incompatibles con la Democracia Parlamentaria, tal y como acertó a analizar el propio Karl Marx en sus escritos. El populismo marxista se nutre de mecanismos y reflejos sectarios que potencian la cohesión en detrimento de la libertad. Ni el individuo libre ni mucho menos el sujeto político caben en ese tipo de organización militarizada. La dialéctica del populismo cabe en el juego de manos de un pequeño aforismo. Si el Populismo fuera “sólo”, como señala BHL, la sustitución de la Razón Ilustrada por la Razón Demoscópica y la Canción mediática, entonces no habría ganado Donald Trump las elecciones en EEUU ni Mariano Rajoy en España. La explicación de lo que se ha ido repitiendo a lo largo de 2015 y 2016 en regiones del mundo muy diferentes apunta, más bien, que a la “gente” no le importa ser pobre ni padecer penurias económicas si es libre , ni vivir encerrada y atada si se cree rica….pero no soporta saberse pobre y sentirse encerrada y acorralada.© Belge 30/12/2016
Hace ahora justo 8 años, en medio de una feroz campaña de populismo demagógico, escribía e intentaba explicar lo siguiente :“¿Qué es lo que está ocurriendo en nuestro mercado inmobiliario a tenor de la caída de los datos hipotecarios que se va conociendo? La obra nueva se ha parado en seco, y los propietarios están amortizando deuda a marchas forzadas, dejando en evidencia la falacia de buena parte de los estudios sobre el tan cacareado y pernicioso endeudamiento de las familias españolas. De hecho, el verdadero problema hipotecario empieza aquí. Los ciudadanos más solventes, que sostienen sobre sus espaldas al sistema financiero, perciben que la deuda más liviana es ya un riesgo insoportable por la fuerte recesión venidera. No confían en el futuro y deshacen el camino andado. Los recursos que de otro modo dedicarían a invertir y consumir, se los devuelven a unos bancos en los que se van quedando las deudas de peor calidad. Al incremento de la morosidad y al mayor coste de los pasivos, hay que añadir ahora la previsible caída de la rentabilidad de los mejores productos financieros”.