Entonces Hércules Poirot se rascó la cabeza y se puso a pensar. ¿La hamburguesa mejor con una hoja de lechuga y tomate o con aros de cebolla caramelizada? La sagaz crónica del corresponsal de Prensa en Berlín, tiritando de frío en la calle esperando el “directo”, no despejaba la duda. El camionero polaco llegó pronto a Berlín, a las 3 de la tarde, y aparcó su tráiler en una calle para ir a comerse un kebab o una hamburguesa con la que alimentar su cuerpo de 120 kilos de peso.Mala suerte la suya, la verdad. Los alemanes son tan organizados y metódicos que se cumple el dicho francés: “avant l’heure, c’est pas l’heure; après l’heure, c’est plus l’heure”. En España, le habrían echado una mano para descargar el camión, pero en Berlín le tocaba aparcar e irse a buscar un kebab casi a las 4 de la tarde. Y vaya si lo encontró. El local en cuestión era un nido de yihadistas ansiosos por cometer un atentado con camión. Debían Llevar 2 o 3 semanas esperando a que parara un camionero, así que no era plan de ponerse quisquillosos porque fuera una auténtica mole humana.La cosa debió ocurrir así: aprovechando que saboreaba su hamburguesa con tomate o con cebolla – la autopsia lo dirá – el enclenque sospechoso tunecino le metió una verdadera tunda y se hizo con el control del camión. Eso sí, mientras le hacía su llave favorita de kárate, se le cayó la cartera con el carnet de conducir, el permiso de residencia y la visa oro. Una jodienda, pero nadie es perfecto.A Hércules Poirot no le quedaba muy claro si el Yihadista que atropelló y asesinó con el camión a 13 viandantes tenía el dinero en efectivo, el pasaporte, la pistola y el billete de tren en el otro bolsillo, o fue a recoger sus pertenencias al local de los kebabs antes de huir a Italia donde le aguardaba su destino. Esperaba ansioso la próxima crónica de su corresponsal favorito para escuchar algún nuevo detalle que le sacar de dudas.