En su blog, Overcoming Bias (Superando los prejuicios), el economista puritano Robin Hanson anticipaba cuál iba a ser la estrategia de contención del contagio y propagación de la alarma social. Tenía un mérito indudable hablar de imponer a una cuarentena de tipo militar, habida cuenta que en enero y febrero aún no se había registrado ningún contagio en EEUU y que no se había dado nunca el caso de confinar a una población sana. Desde el origen real de la epidemia de SARS COV 2, las autoridades políticas y sanitarias del Imperio de la Triple A han estado manoseando el extraño concepto de Inmunidad de Rebaño. Lo hicieron con probado sigilo hasta que el gobierno de Pekín dio la voz de alarma. Un decir, claro está, ya que fueron dos médicos de Wuhan los que intuyeron la aparición de un brote de SARS y se esforzaron por informar a sus colegas. Conocer el momento exacto del primer paciente infectado no es muy interesante. Resultó más útil poder calcular la tasa de contagio real con los primeros datos que llegaban desde China. Bastaban 2 meses sin control para inocular el virus a 5 millones de personas y 4 meses para alcanzar la deseada Inmunidad de Rebaño en todo el planeta. Pero la gente empezó a morir y entonces las autoridades políticas y sanitarias del Imperio de la Triple A cambiaron su discurso. La Revolución Puritana cabe entera en ese quiebro retórico.La experiencia de escribir un libro para explicar ese particular es suficiente demostración para saber que buena parte de la sociedad no entiende la estrategia de los puritanos y prefiere escuchar un sencillo relato de fatalidades y culpas. No es capaz de imaginar el maquiavélico objetivo político de premeditar y publicitar el 8-M en Madrid. La militancia marxista coreaba, por aquel entonces, la Teoría de la Inmunidad con la ensalada de tópicos del argumentario socialista. En un giro argumental, han pasado de promover la “deseada y necesaria” inmunidad de grupo a responsabilizar a la ciudadanía. El español es culpable de acumular carga viral por su modo de vida indisciplinado. Por su culpa, el gobierno se ha visto obligado a castigarnos sin salir y prohibirnos hacer vida social. Si los españoles enfermamos más que los protestantes o los africanos es porque somos culpables de catolicismo. Ir de boda es una tremenda irresponsabilidad, y tomarse unas cañas en el bar, un acto mezquino e insolidario.Lo que es irónico, a todas luces, deliciosamente irónico, es que no es posible pasar del primer argumento al segundo, sin reconocer implícitamente el grado de premeditación e implicación en la propagación inicial del contagio y, posterior, de la alarma social. No es posible ocultar que una prudente y comedida política de contención sanitaria en las fronteras habría ahorrado más de 50.000 muertes en España. Para acumular una carga viral tan letal fue preciso que el gobierno propiciara el contagio durante 4 largos meses. Hasta que no se evidenció el estrepitoso fracaso de la sibilina teoría, no cambió de discurso. Ahora se ve más clara la idea política que subyace a la declaración del Estado de Alarma y a la estrategia de la Segunda Ola. Gracias al confinamiento prolongado de las poblaciones sanas, lo que pretenden los puritanos de la Triple A es que los títeres que han colocado en algunos gobiernos puedan legislar por decreto sin oposición parlamentaria ni resistencia social. Tan obscena es la estrategia del miedo de los puritanos, que EEUU ha subvencionado a los hospitales para que inflen las estadísticas de contagiados y muertos por COVID. Aunque al principio cuesta entenderla, pronto se descubre una misma pauta de intervención política y económica en los países católicos de Europa y de América Latina.