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Toque de Queda. 19. La vuelta a la normalidad

La normalidad es el régimen de lo normal, el paradigma de lo cotidiano. Decía un catedrático de filosofía de la Universidad Libre de Bruselas que lo normal tiende a devenir lo normativo. Los derechos y libertades que reclamamos como minoría son las obligaciones que imponemos como mayoría. Nuestras abuelas y madres usaban de forma extraña la expresión “también tienes derecho a hacer esto y lo otro” cada vez que se referían a las obligaciones morales de sus rebeldes criaturas.

Confinados en casa por su pecado político, los españoles se han visto obligados a experimentar su mundo interior. Los Siervos del Euro de la Generación Botellón, que comían, viajaban y votaban Low Cost, también tenían derecho a hacerlo. Abrazaron la Causa Puritana y condenaron a justos por pecadores en 2008. 1 millón de prejubilados pata negra, 2 millones de parados, 3 millones de autónomos en precario, la clase media empobrecida y los viejos, confinados frente al televisor.

El mundo interior es una selva, un viaje alrededor de la habitación. Lo cotidiano para esos niños que se encierran para leer un libro tras otro, es sumergirse en otra dimensión del tiempo. La mayoría no sobrevive, o vuelve malherida, pero unos pocos regresan. Se les reconoce fácil, porque buscan el cielo como el albatros de Charles Baudelaire. Los niños juegan y se entretienen sin límites, ajenos a la tragedia que se masca. Viven felices, con sus padres alrededor, 24 horas al día. ¿Qué más pueden pedir? Si, un hermanito, probablemente, un perro, un gato, una casa más grande, un jardín. Temen que el mundo vuelva a ser normal, y la chacha les lleve a la guardería, que sus padres nunca tengan ganas de jugar.

En la Europa más septentrional, en Asia y en el Norte de América, los pobres viven confinados desde que nacen. Si un negro pasea por las calles sin acera de EEUU se arriesga que le peguen un tiro por confusión. La gente normal no anda por la calle. Lo normal es que los pobres compartan zulo y tengan más espacio propio en el metro y en el autobús que en casa. No les ha pillado por sorpresa, ni se han quejado. Su pecado fue nacer y como castigo, sobreviven hacinados en el mundo de los nazis.

La felicidad es una vela, como canta Cristophe Maé. Es poca cosa, y si hablas fuerte, se puede apagar. Los Siervos del Euro y los jóvenes puritanos van a descubrir muy pronto que no hay merienda gratis en esas ciudades que han ayuda a construir con tanto entusiasmo. No habrá dinero barato, no habrá crédito, no habrá viajes por el mundo ni salidas los fines de semana.Si les gusta conducir, que se vayan comprando un videojuego. Tendrán que usar pasaporte hasta para ir a comprar una mierda de yogur caducado. ¿Cuánto pagarían por rebobinar estos últimos 20 años? C’est con le bonheur, car c’est souvent après qu’on sait qu’il était là.

Con la tele apagada, dos meses pasan como un suspiro. Nos faltan horas para todo lo que es importante y divertido. ¿Quién lo iba a decir? La anglobalización ha acabado de sopetón. Ha sido una mierda de virus, como dice el Doctor José Luis Callejas, el que ha volado por debajo del radar y ha acabado con ella. Los beneficiarios van a ser muchos, los damnificados, muchos más, pero nada volverá a ser igual. No hay inteligencia política en España para salir fortalecidos de esta crisis. Nos han tocado las mejores cartas, pero no sabemos jugarlas. La Generación Botellón ha elegido al peor gobierno posible.

La vuelta a la normalidad y a lo cotidiano, que ansían los jóvenes podemitas, viene disfrazada de Noviembre para no infundir sospechas. Nos suena tan actual el Romancero Gitano de Lorca, que es de temer que pronto manden a la Guardia Civil a luchar contra el contrabando de mascarillas y a detener a los boticarios en sus trastiendas.

¿Cambio climático, revolución digital? Y una mierda. Los niños de 6 años, con la tele apagada, ya han aprendido que tendrán que vivir desconectados sin quieren ser libres. Hasta ellos saben que una cuarentena dura 40 días, no 40 meses. Han encontrado el camino a su mundo interior, la vereda que les lleva a vivir de contrabando. No echan de menos el mundo que dejan atrás: nada volverá a ser igual.

© Belge
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