Corría el mes de abril de 2008, y la teoría del aterrizaje suave en el sector inmobiliario, que la izquierda política había usado como coartada, ya hacía aguas por todas partes. Analicé entonces la pequeña paradoja que suponía provocar la quiebra de la construcción en la economía española para alumbrar “otro nuevo modelo productivo”. En los 10 años posteriores, la realidad nunca se quedó corta, y la crónica judicial fue pródiga en ejemplos de manipulaciones, fraudes y engaños que dañaron la economía española. El propósito general era debilitar la estructura del Estado, aunque de forma circunstancial metieran la mano en la caja y acabaran robando parte de sus ahorros a las familias españolas.
“Cuando montas un circo, el único peligro que corres es que te crezcan los enanos. Lo saben todos los empresarios, todos los inversores y, como regla general, cualquier jugador acostumbrado a lidiar bajo presión con el insobornable riesgo. Es la teoría del cisne negro, un bicho con patas que vuelve supersticioso al más cartesiano y humilde al más soberbio. Digamos lo mismo en castellano: las meigas no existen, pero haberlas hay las. Quién olvida el refranero de su pueblo, tarde o temprano caerá del pedestal en que le ha aupado la suerte. Esa precaución por no mentar al bicho con patas es quizá la verdadera razón por la que los constructores españoles no salieron a defender el honor ultrajado del sector inmobiliario. Han aguantado 5 años las críticas más injustas y las calumnias políticas más destructivas sin decir esta boca es mía. Por desgracia para ellos, la callada interpretada como cobardía ha otorgado patentes de corso hasta el último mono con veleidades sindicales de este nuestro país y hasta de la India.Este mono que no hace gracia es un alarmista a sueldo, interesado en difundir un clima de terror económico. En sus inicios, la campaña de agitación y propaganda tenía unos fines políticos bastante definidos: favorecer la inversión financiera y potenciar la intervención pública en detrimento de la promoción libre privada. En esa línea de pensamiento se inscriben desde la ministra María Antonia Trujillo hasta los componentes más radicales del “Tripartit Catalán”. La punta de lanza ideológica del presidente Zapatero llegó a coquetear directamente con la idea de expropiar, de facto o de iure, los pisos catalogados como vacíos. Sólo la necesidad de captar votos puso fin al disparate argumental.No es necesario glosar en exceso el argumentario de estos agitadores. No hay periodista español o británico que se precie que no sea capaz de recitar sus cuatro verdades de la burbuja inmobiliaria: los constructores son unos chorizos “corruptos”, el precio de los pisos es inasequible para el 99% de la población, se han construido más viviendas en España que en Francia, Alemania y Groenlandia juntas, y la culpa es de los especuladores y de los bancos por bajar los tipos de interés. Con esos mimbres, la prensa ha montado la carpa y todo vale para cobrar el espectáculo ahora que la crisis subprime ha dejado al sector maltrecho y malherido. Incluso el escarnio público.La confusión que reina en la economía española en estos momentos no puede ser mayor. El debate de investidura poco o nada ha aclarado. De él sale el primer gobierno paritorio de la historia reciente, y la promesa de reconvertir a los albañiles en jardineros y a los constructores en administradores de fincas. El dinero del superávit se lo repartirán los tres peloteros más endeudados del régimen a cambio de deshacerse en alabanzas, disfrazar parados y ayudar a construir 150.000 viviendas para la próxima tómbola VPO. Falta por saber si al resto de los empresarios les convence la jardinería, o si se multiplicaran las suspensiones de pagos y las quiebras directas antes de que llegue el verano, en un “sálvese quién pueda” sin precedente. La banca y las cajas empufadas les han cerrado el grifo y no están ya en condiciones de arriesgar lo que les queda de patrimonio. Obreros, pequeños empresarios, promotores, bancos y clientes finales pueden acabar perdiendo el trabajo y el dinero de los dos últimos años.Llegados a este punto es preciso volver a hablar de riesgo moral para señalar la extraña paradoja que la actualidad nos sirve en bandeja de plata. La paradoja del aterrizaje suave, Unos cálculos más o menos oficiales del sector bancario cifran entre 200 y 300.000 millones de euros el riesgo crediticio que acumulan las empresas constructoras e inmobiliarias en España, con un stock de viviendas en promoción de unas 500.000 viviendas. ¿Qué impide a los malvados promotores aprovechar las circunstancias y presentar voluntaria y legalmente suspensión de pagos? El enunciado de la paradoja es sencillo: si los constructores son un atajo de aprovechados ¿por qué no han suspendido pagos ya, ahorrándose dinero y disgustos? Si, por lo contrario, la campaña de acoso y derribo sin precedente ha minado la confianza en la economía española ¿por qué ahora han de pagar las consecuencias los constructores, asumiendo el compromiso de mantener el empleo y honrar las deudas contraídas?”A partir de ese momento, todo lo que iba a ocurrir era bastante previsible. Ni siquiera hacía una bola de cristal para predecir las líneas maestras de la estrategia del Gobierno y del Banco de España. La dura y justa realidad les cogió a todos con el pie cambiado. Durante los 4 años siguientes se dedicarían a achicar agua e intentar evacuar a miles de políticos atrapados in fraganti en la retaguardia del sistema financiero. En lugar de intentar salvar a las Cajas de Ahorro, organizaron un FROB y varios SIP para rescatar a los políticos y empresarios comprometidos. Los 7 pecados de ese movimiento de agitación ya eran notorios, aunque luego se dedicaron a fingir que habían ocurrido las cosas de un modo fortuito:“Tengo para mí que es un auténtico milagro que la economía española haya aguantado una campaña de acoso y derribo que ha durado 5 años. Al promotor cobrando, y con el mazo dando. Lo del aterrizaje suave era una manera de esconder un as en cada manga, frente al certero reproche de que el parón inmobiliario pondría en grave riesgo los ingresos del estado y el mismo empleo de las gentes más humildes. Nadie quiere la muerte de promotor, pero es necesario forzar un aterrizaje suave. ¿Quién iba a hacer caso a los agoreros que se empeñaban en decir que lograr un aterrizaje suave era más improbable que conseguir una Escalera Real sin descarte? Nadie. Hace ya tiempo que la economía no es más que un amasijo de conceptos hueros y de dogmas que sirven de coartada para practicar la política de los hechos consumados.Estos agitadores se atribuyen el mérito de plantear un debate necesario y poner el dedo en la llaga, pero es rigurosamente falso. Son cómplices del sabotaje de la economía española. Sus pecados son la envidia y la codicia, la mentira y el resentimiento, la cobardía y la pereza, y, por encima de todo, claro está, el empecinamiento. Resulta más sencillo señalar culpables con el dedo que tener el valor de aplicar soluciones reales.Los desequilibrios del mercado de la vivienda en España no hunden sus raíces en la luciferina especulación, ni tan siquiera en el oportuno conchabeo de políticos y funcionarios corruptos, sino en la ausencia de una verdadera política de vivienda social en España. Blindar a los inquilinos morosos frente a los legítimos propietarios, regalar viviendas con el dinero de los contribuyentes, permitir la reventa y el tráfico de vivienda protegida no es hacer política social, sino todo lo contrario. La promoción de las necesarias viviendas de alquiler protegido exige de la administración un control riguroso y permanente de las rentas de los beneficiarios que solicitaron la ayuda del estado y la solidaridad del resto de los españoles. Si eso falla, todo lo demás es sólo una manera de marear la perdiz (…)El verdadero problema hipotecario en España empieza aquí y ahora. Su diagnóstico es el siguiente: las familias más solventes — las mismas que sostienen sobre sus anchas espaldas al sistema financiero y a la administración pública — perciben que hasta la más liviana de las deudas es ya un riesgo insoportable ante la fuerte recesión que se avecina. No confían en el futuro y deshacen el camino andado. Los recursos que de otro modo dedicarían a invertir y consumir, se los devuelven al banco. El sistema financiero se enfrenta así al riesgo de ir concentrando en sus balances las deudas de peor calidad. Al incremento de la morosidad y al mayor coste de los pasivos, hay que añadir desde ya la más que previsible caída de la rentabilidad de los mejores productos financieros”.