Yo nací en Bilbao allá por 1965. En un entorno políticamente tranquilo que prosperaba económicamente. Durante mis primeros años la realidad resultaba prometedora. La dictadura daba paso a una Transición que añadía libertades a la tranquilidad y la apertura a Europa disparaba la prosperidad. Una realidad que animaba al optimismo no solo en España, sino en el mundo. Las dictaduras y regímenes criminales derivados de la Guerra Fría parecían llegar a su fin con la derrota de la dictadura de la URSS. Y todo el planeta progresaba económicamente reduciéndose el llamado Tercer Mundo. Un arranque esperanzador. Pero en Bilbao ese escenario pronto se vio contaminado por un nuevo enemigo. El nacionalismo autoritario y criminal prosperaba con el visto bueno de una Francia que lo acogía en su Santuario y una Europa que animaba a los partidos políticos a ser condescendientes con él y alimentarlo. A dejar crecer y mandar a esa nueva ideología anti-liberal. Así hemos visto al País Vasco someterse a la imposición nacionalista hasta el absurdo de imponer como general una nueva lengua que prácticamente nadie hablaba antes. Toda una demostración de fuerza. Los nuevos malos empezaban a ganar ahí y mucha gente sencillamente optó por irse. Los pocos intentos de reaccionar y defender las libertades, como fue el caso de Basta Ya o la colaboración Redondo – Mayor Oreja, se marchitaron como una flor de un día. Mi familia, en particular, se fue a Madrid donde aun se respiraban aires de libertad y prosperidad. Libertad de opinión política, libertad religiosa, apertura al mundo… una movida madrileña (1980). Pero el mismo mal que había infectado a los vascos y catalanes con el nacionalismo empezaba a infectar a la izquierda española en general. El mismo sectarismo, el mismo rechazo e intolerancia que los nacionalismos proyectaban contra lo español se empezaba a proyectar en toda España contra la derecha. Y con el mismo beneplácito europeo. Aun costaba entender por qué, pero pronto se entendería, era parte de una hoja de ruta para España. La explosión del nuevo mal que anidaba en Mordor llegó con el nuevo siglo. La revolución de los ayatolás primero (1979), y la Guerra del Golfo después (1991) habían preparado el terreno de juego en Oriente Medio, como los nacionalismos en Europa o el izquierdismo en América Latina. Probablemente punto de inflexión más claro fuese el atentado del 11-S (2001), que enganchó a EEUU en un conflicto trampa en Oriente Medio. Mientras en Iberoamérica la dictadura bolivariana (Chávez 1999) sembraba también en ese continente el antiamericanismo. Luego el atentado del 11-M en España (2004) le haría perder uno de los pocos aliados que aun le quedaban. EEUU, el líder mundial, el país defensor del status quo de libertades y prosperidad, quedaba políticamente arrinconado en un todos contra él. España cayó a través de un partido, el PSOE, que quedó al servicio de intereses extranjeros y pronto el propio EEUU cayó también en manos antiamericanas con Obama, solo hay que fijarse en su política internacional (Irán, Cuba, China…) y la promoción de los odios internos (BLM, feminismo radical, alarmismo climático, intolerancia a la derecha…) . La misma secuencia: control de los medios, control de los partidos políticos, control del gobierno, control de las instituciones. Los mismos síntomas: antiespañolismo / antiamericanismo, enfrentamiento social por zonas, por razas, por sexos, por ideología… siempre lo mismo, colectivización y enfrentamiento. Con el mismo desprecio a las libertades y enaltecimiento de los nuevos líderes de la Tierra Media: Merkel y Macron. Ambos con la M de Mordor grabada a fuego en su hoja de ruta, con la M del Mal: Irán-Palestina, China-Corea, Cuba-Venezuela