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A RIO REVUELTO GANANCIA DE PESCADORES (I)


Ya tenemos la parrilla de salida prácticamente perfilada, algunos corredores todavía están haciendo poses, pero al final no tienen más remedio que jugar el partido.

En la parte izquierda de la parrilla, tenemos a los independentistas y allegados: ERC, CUP, y algunos más sin nombre determinado todavía.

Pegados a la izquierda y que en cualquier momento se pueden juntar con los primeros, tenemos a los ambiguos: COMUNES o el nombre que se pongan.

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¿Qué va a pasar en Cataluña de aquí al 21 de diciembre?


Felipe VI y Mariano Rajoy Brey, a la sazón Rey de España y Presidente del Gobierno en el año 2017, han entrado en la Historia por la Puerta Grande.  No vamos a jugar a glosar lo obvio.   Ya se encargarán de ello enjambres de periodistas y tertulianos, comentando con gran énfasis y solemnidad profesional todo lo que no vieron venir ni acertaron a explicar.  Tan solo un pequeño y obligado paréntesis. Si no se analiza el espectacular movimiento estratégico que se sacó de la chistera Rajoy, es casi imposible describir los derroteros por los que van a transitar la política y la economía en los próximos meses.

La “celada” del pasado viernes 29 de octubre es un asombroso prodigio de belleza plástica e intelectual.  El regate en corto del Presidente del Gobierno, si se nos permite este pequeño juego de palabras, dejó sentados a propios (Albert Rivera y Pedro Sánchez) y extraños (Oriol Junqueras, Urkullu, Colau y Pablo Iglesias). Todos los que calculaban que el suicidio de Puigdemont y del PdCat les beneficiaba y dejaba en franquicia el Poder se encontraban, de repente, atrapados en su propia lógica. Al renunciar Rajoy a disputarle la calle a la CUP y ERC, y convocar elecciones, ha dejado al nacionalismo catalán sin retirada en una incómoda tierra de nadie.  No van a tener fácil convencer a sus huestes dispersas en el monte que les movilizan, en las Elecciones  Autonómicas del 21 de diciembre, para gestionar las nóminas de los funcionarios catalanes.

La gran belleza que encierra la jugada de Mariano Rajoy no  solo estriba en la economía de los medios empleados, al ahorrarle cualquier desgaste al Partido Popular en el Congreso,  tal y como esperaba toda la Oposición, sino que obliga a Ciudadanos, al Partido Socialista, a Podemos y al PNV a trabajar en beneficio suyo en Cataluña y en España. La inevitable victoria de Ciudadanos, PSC y PP deja desarbolada a Colau en Barcelona y rota la alianza de Podemos y Pedro Sánchez en Madrid. Pablo Iglesias fue el único político que vio venir el desastre de la DUI, pero no lo pudo evitar. Lo más probable es que presente su dimisión el 21 de diciembre por la noche.

El resultado electoral de las Elecciones Autonómicas en Cataluña y la configuración del Parlamente van a depender de la aplicación de la Ley D’Hondt en la circunscripción de Barcelona. Dos son las variables a tener en cuenta: el incremento de la participación, hasta niveles históricos, y la ruptura de la alianza Junts per el Si  entre ERC y PdCat. Es bastante probable que la extinta CIU se presente con una nueva marca política, si llega a tiempo, del estilo: “partido reformista de Cataluña”.

El siguiente cuadro muestra cual podría ser la evolución del voto  y su traducción en escaños.

Proyección de votos en Barcelona

Elecciones/Partidos
Barcelona
Ciudadanos ERC PdCat (CIU) PSC Podemos PP CUP
2012/2015 580.000 500.000 600.000 425.000 310.000 275.000 255.000
21/12/2017 850.000 550.000 550.000 400.000 350.000 300.000 250.000
escaños 24 12 12 11 10 9 7

Cuerpo a tierra, que vienen los míos


 

La burguesía catalana ha cometido un error de cálculo. Pensó que el Euro le abría de par en par un mercado sin límite y multiplicaba sus comisiones, y no advirtió que tenía más por perder que por ganar. El provechoso principio de ordinalidad, que la Constitución del 78 le ha garantizado, de facto, durante décadas, no tiene curso en una Unión Monetaria monitorizada desde Alemania por el Bundesbank. El beneficio económico excepcional que extraía de los arbitrajes en un Régimen Autonómico Asimétrico, por su peso político y circunstancias históricas, lo pierde al adoptarse el Euro y tener que competir en igualdad de condiciones con otras regiones de la UE. Desde el año 2002, el déficit comercial de las empresas catalanas se ha disparando, al no conseguir que el superávit con las demás regiones españolas compense el creciente déficit con el exterior.

Con la investidura de Zapatero, el catalanismo eligió subordinar toda la economía española al servicio de las empresas catalanas. Destruyó la Construcción en toda España, con la ayuda de activistas políticos como Ada Colau, para impedir la dura competencia que suponían buenos salarios  regulados por los Convenios de ese Sector.  Inventaba, a través de las páginas amigas de El País, el término “mileurista” para denostar las 14 pagas de 1.000 euros netos que ganaban los jóvenes licenciados al incorporarse al mercado laboral.  Como había pleno empleo, no hablaban tanto de  la “Generación Tapón”  como del agravio insoportable de cobrar menos dinero que los albañiles.

El catalanismo político, mediático y social, que emana del tejido empresarial y financiero catalán, se empleó a fondo entre 2002 y 2012 para supeditar la economía de las demás regiones a sus propios intereses, sin entender nunca que por ese camino hipotecaba al conjunto de la economía española en la Unión Monetaria. La triste suerte del pletórico sistema financiero español demuestra hasta qué punto erraron el cálculo. Provocaron que se descapitalizaran bancos y cajas sin obtener ningún beneficio.

Dilapidada en 2012 cualquier esperanza de ventaja económica o comercial, el catalanismo dobló su loca apuesta política. En un vídeo de 2012, que circula con profusión estos días por las RRSS, se puede escuchar como los santones de la izquierda republicana catalana y española se conjuran para dinamitar la estabilidad política y económica que brinda la Constitución del 78. No hay lugar a benévolas interpretaciones o dudas razonables. Cuando las hemerotecas se conjugan con el tiempo que transcurre, el veredicto de los análisis es implacable.

El error de cálculo que ha cometido la burguesía catalana es tan patente como que La Caixa ha tenido que salir por patas de Barcelona para evitar la justa ira de los depositantes españoles. A su modo, es un perfecto resumen del análisis anterior. Al acrecentar Berlín su poder en la Unión Monetaria, con la impagable ayuda de los nacionalistas en España, ha conseguido imponer a toda Europa un modelo de regulación financiera que instrumenta el temor de los ahorradores a la insolvencia y a las corridas bancarias. La toda poderosa entidad Catalana no es inmune a esos  miedos que provocaron la intervención del Banco Popular el pasado 6 de junio.

Al dar pie al 1-0, tras 5 años de amenazas, la burguesía catalana ha vuelto a cometer el mismo error de cálculo que le llevó el 5 de octubre de 1934 a apoyar  el loco proyecto de Huelga Revolucionaria. Ha sido completamente desarbolada por los radicales. Y, al igual que en 1934 se encomendaba a Juan March, hoy le pide a Albert Rivera y Pancho Sánchez que medien para que el gobierne aplique el art 155 de la Constitución, fulmine al Govern y convoque elecciones autonómicas. Si no fuera tan dañina, como cantaba Joan Manuel Serrat, la patética  y provinciana burguesía catalana produciría risa.

© Belge

P.D.  Lo que va a ocurrir en las horas, semanas, y meses, es inevitable y da pie a otro análisis.

¿Qué están negociando, en secreto, en Cataluña?


Teatro del absurdo. Carlos Puigdemont es uno de los muchos políticos irrelevantes que completan la nómina del nacionalismo catalán. No vale la tinta que se gasta en dibujar su perfil psicológico.  Como tantos cargos agradecidos, escupiría a la cara a sus padres por un plato de lentejas. En cambio, Oriol Junqueras es un político taimado que ha sabido situarse en un discreto segundo plano, mientras otros esperpentos barriobajeros de ERC montan el circo en Madrid.  Pero, aunque a ambos les haya correspondido darle réplica a Mariano Rajoy en la función, la pregunta pertinente es: ¿quién lleva la voz cantante: ERC o CIU? Es tanto como averiguar quienes manejan los hilos de la CUP.

El pasado 10 de octubre, se pudo ver en directo como todos los partidos políticos negociaban una tregua, minutos antes de levantarse el telón en el Parlament catalán. Tras el revuelo inicial, fueron los radicales de la CUP los encargados de cantar la gallina y avalar el pacto: Rajoy, Junqueras y Puigdemont acaban de darse un plazo de un mes para negociar un acuerdo de mínimos entre la Generalitat y el Gobierno.

Son dos las cuestiones relacionadas que deberían interesar a los analistas e informadores, por encima de otras muchas consideraciones importantes. La primera es: ¿Quiénes son los interlocutores o mediadores sentados en la mesa?  Y la segunda: ¿qué es lo que pueden negociar?

El mundo del nacionalismo catalán me es ajeno y no me atrevería a sugerir un nombre, pero la lógica apunta a que el mediador debe ser una figura moderada de la extinta CIU. Del lado gubernamental, es mucho más fácil intuir que Rajoy puede haber elegido un perfil político del estilo de José Manuel García Margallo, al que probablemente dejó fuera del gabinete con ese propósito.

Más complejo es plantear el desarrollo de la negociación en base a las líneas rojas de cada una de las fuerzas políticas, pero por el humo se puede deducir dónde está el incendio.  De entrada, hay que diferenciar entre los líderes que hacen declaraciones y los que permanecen en silencio. Por pura lógica, los políticos que han sido excluidos de la mesa de negociación son los que se manifiestan y pronuncian.  Es bastante evidente, por ejemplo, que José María Aznar, Albert Rivera  y  Pablo Iglesias están fuera del círculo.

La posición de máximos del nacionalismo catalán y/o vasco es conocida. Aspiran a ser considerados como Estados Libres Asociados, con todas las ventajas, beneficios y derechos que da ser españoles, y ninguna obligación.  Son los hijos que se van de casa para vivir su vida, pero traen la colada, se llevan la comida para la semana, exigen la paga mensual  y se quedan con las llaves del coche y de la casa de la playa.  El padre gruñe, la madre arquea las cejas y cierra los ojos, y los hermanos advierten que tienen un morro que se lo pisan.

 

La Declaración Unilateral de Independencia de los nacionalistas en 2002 dejó patente que exigían Hacienda y Justicia propia, un sistema educativo exclusivo y excluyente, y una relación bilateral con el gobierno español, por encima de las demás regiones.  No exigían una Reforma  Federal de la Constitución, pero el Principio de Ordinalidad que reclamaban si implica dinamitar toda la estructura institucional del Estado español. Pedir “un nuevo encaje para Cataluña dentro de España”, con las mismas palabras que usaron en 1931, es buscar desencajar el resto de territorios, como se demostró en 1936.

Por su parte, el gobierno de Mariano Rajoy reclama a los nacionalistas catalanes que no traspasen las líneas rojas y que mantengan las formas. El respeto de esa apariencia de legalidad vigente le lleva a exigir la cabeza de Puigdemont y de algunos de sus esbirros. Es, necesariamente, la posición de mínimos del cornudo que no puede deshacer el daño causado ni recomponer su honor.

La lógica formal nos conduce a saber que la alternativa a la guerra, en esa mesa de negociación,  pasa por aceptar muchas de las pretensiones de los nacionalistas, si no todas.  Pero se trata, como dice Aznar, de imaginar cómo pagarles a plazos lo que no se les puede pagar al contado.  Esto es: en el corto plazo, la convocatoria de unas elecciones autonómicas que sienten a otros actores en el Parlament, y a medio plazo, la promesa de unas elecciones constituyentes que consagren el derecho a decidir de las distintas autonomías o federaciones, previo referéndum pactado.  A cambio de ello, el nacionalismo aceptaría dejar de ponerle los cuernos en público a España.  Cataluña dejaría de ser una ninfómana  insaciable para aparentar ser una madre ejemplar.  Todo por el bien de los “niños”.

Belge (c)