Con la noticia recién madrugada, brotó de mi La Marseillaise. En un magnífico análisis que acaba de publicar, Fernando Savater lo deletrea letra a letra. Discrepo de su descripción de Donald Trump y Pablo Iglesias como demagogos, aunque coincido con su definición genérica: no son populistas por lo que dicen, sino por como lo dicen. Esta es la clave: son peligrosos oportunistas políticos.El Partido Demócrata ha vuelto a cometer, con Hillary Clinton, el mismo error de bulto que llevó a Al Gore a perder las elecciones de 2000 por los pelos. Y Donald Trump ha vuelto a usar la misma estrategia que permitió al Partido Republicano derrotar al invencible Bill Clinton. La Historia se repite. Uno de los primeros nombramientos anunciados para la “nueva” Administración, Newt Gingrich , confirma que el viejo outsider republicano sabía muy bien qué bazas estaba jugando. El éxito de su estrategia pasaba por presentar a su rival como una “mentirosa” política y obligarla a heredar los pecados de su marido.La victoria del candidato republicano es una paradoja dentro de otra paradoja. A los nuevos puritanos radicales de la Revolución Digital los han derrotados los viejos puritanos que colocaron a Bill Clinton a 10 segundos del Impeachment. Como ya ocurrió con George Bush Jr, el magnate no dudó en disfrazarse de “Forrest Trump” para arrasar en las Primarias. Cada vez que un periodista o comunicador le llamaba “Payaso”, “Paleto”, “Racista” o “Machista”, sumaba un voto más.La mayor paradoja, sin embargo, es que resultaba imposible encontrar 10 diferencias significativas en el programa político y económico de ambos candidatos a dirigir la Administración Americana. La mayor diferencia sea tal vez un interesante matiz en su política exterior. Los republicanos han sido partidarios de la intervención directa en zonas en conflicto y los demócratas han optado casi siempre por distintas fórmulas de guerra sucia, con menos ataúdes.No era la política, decía un Clinton ufano en 1992, pero tampoco ha resultado importar mucho la economía. Solo la religión. Donald Trump se ha pasado la campaña invocando el bíblico sueño americano a miles de americanos arrojados fuera del Oasis y condenados a vagar por el desierto de la Globalización.El candidato más denostado de la Historia de EEUU ha hecho una de las campañas electorales más atípicas y extraordinarias que se recuerden. No solo ha derrotado todos los dogmas sociológicos en boga desde unos presupuestos políticamente incorrectos, sino que ha puesto de relieve como usar en beneficio propio una Prensa completamente disfuncional.Analizar consiste en predecir fenómenos como la elección de Donald Trump. Han fracasado con estrépito todos los intelectuales (periodistas, analistas, sociólogos, politólogos y economistas) que no fueron capaces de describir y explicar cómo y porqué el deslenguado candidato republicano iba a ser elegido. No solo sobran, sino que han dejado patente que su cometido es disfuncional, perjudicando gravemente a la Opinión Pública con sus naderías solemnes. Sin un análisis crítico y predictivo, sencillamente no hay Democracia. Dicho de otro modo: la Opinión Pública debería tener el Derecho a conocer los acontecimientos PREDECIBLES.La Crisis de la Prensa ha convertido la Política en género de supermercado, entre los yogures que necesitan frío y los detergentes. Pero en esa Cadena de Distribución, todo lo importante, salvo el precio por colocar el producto a la vista de todos en un lugar preferente, lo deciden los proveedores de puertas para adentro. El aspirante a político tiene fecha de caducidad y compite con sus pares por estar dos semanas en la estantería. El imperativo político actual no es representar nada ni a nadie: es sobrevivir como marca blanca. Si no se entiende ese sencillo mecanismo de marketing, no es posible analizar fenómenos cono el lanzamiento de Podemos, Ciudadanos o la campaña electoral de Trump. El político 3.0 no tiene ideas, no representa a nadie, no asume la defensa de ningún valor, principio o ideología: es un mercenario oportunista con fecha de caducidad y dispuesto a todo. (sigue)