El Teorema Tricheto Cuando Gutemberg inventó la imprenta no se podía imaginar la que había liado. Fue sólo un paso más en la larga marcha hacia lo que Pierre Theilhard de Chardin definió como “noosfera”, la humanidad organizada como un todo. Desde entonces, como diría McLuhan, otro fósil imprescindible del pensamiento moderno, cada arreón político o tecnológico deja fuera de juego a la mayoría de los contemporáneos, sin distinción de raza, credo o posición social. Ha vuelto a ocurrir. La fe ciega en el monetarismo radical anglosajón ha alumbrado una de esas metamorfosis que describía el genial pensador canadiense: ha hecho nacer el homo economicus, programado genéticamente para extrapolar la lógica de la rentabilidad hasta sus últimas derivadas. Si no se entiende esto, difícilmente se podrá conocer el alcance de la crisis subprime. En un mundo sin fronteras interiores, dos son las cosas que viajan más deprisa que la luz: el rumor y la lógica. A penas ha surgido una duda en los confines de un desierto, que ya carcome los cimientos contables del banco más solvente. Si es posible, es verdad; si es verdad, ya es demasiado tarde. Como sabe, por otra parte, cualquier especulador. El nuevo mundo vive de las expectativas que es capaz de generar y sostener. He ahí una extraña paradoja. Nada tan difícil de sostener como la expectativa que crece a la velocidad del rumor. Es el Teorema Tricheto. Su enunciado es el siguiente: si la suma de la Riqueza Fiduciaria (RF) de la economía mundial crece a una tasa mayor que la suma de la Riqueza Real (RR), solo es una cuestión de tiempo que supere un límite superior más allá del cual su valor desaparece.
Los falsificadores En los trances en los que estamos – la quiebra definitiva del monetarismo – igual conviene recapitular. Tengo buenas razones para sospechar que la inmensa mayoría de nuestros contemporáneos se halla más confundida y desanimada que si intentara seguir en televisión el argumento de la serie Perdidos. No les queda otra. Les toca asistir a la tertulia que tienen montada los economistas, políticos y periodistas varios que se pelean por el micrófono para explicar la crisis que no vieron venir, e incluso negaron. No saben que palo de la baraja pinta, pero cantan las 40 con total desparpajo. Empezaré por la anécdota de un pequeño contencioso, años atrás, con un creador de mercado cuyo nombre no quiero recordar. Sin entrar en detalles triviales acerca del fraude, cuando finalmente conseguí ponerme en contacto con la CNMV, descubrí que el funcionario que atendía amablemente mi reclamación, ni tenía conocimientos para entrar en el fondo del asunto, ni se planteaba hacerlo. No me enojé, al contrario: no hay nada más tranquilizador en este mundo que descubrir que los Reyes Magos son los padres. El tan cacareado control del mercado de los derivados en España – y por extensión lógica, de los mercados a secas – era/es, en el mejor de los casos, una ficción, y en el peor, una falacia. Cosas que se dicen para meterle “sólo la puntita” al inversor. Casualidad maravillosa, el propio Alan Greenspan lo confesaba esta semana: “Quienes confiamos en el interés de las instituciones prestamistas en proteger el patrimonio del accionista -incluido yo- estamos atónitos y no podemos creer lo que han hecho”. Créaselo, Sr Greenspan: la criatura está ya de 9 meses, redonda como una cebolla. La crisis actual y lo que ha ocurrido – el cómo, cuándo y porqué – hay que explicarlo de manera que al menos lo entienda un niño de 8 años (o en su defecto, una niña de 6). A los adultos, ni intentarlo: nunca podrán entender y asumir su propia condición ciudadana a plena luz. Con el tiempo, el simple interés deviene irremediablemente interés compuesto. El mecanismo del monetarismo y todos sus avatares se puede reducir al siguiente esquema simplificado: la división del trabajo de la falsificación de la moneda
Los medios no lo contarán, es posible que ni siquiera sean capaces de explicar las medidas que hoy ha tomado el BCE. Viven instalados en la crítica moral, el puritanismo religioso y el cotilleo intrascendente.La decisión del BCE de Draghi – si hubiera que explicársela a un niño de 8 años – consiste en quitarle el dinero de sus cuentas a los ahorradores para dárselo a los directivos de las grandes corporaciones. No la hacen de un modo directo, sino pagando con generosidad a los intermediarios que financian con dinero ajeno los disparatados planes de expansión de las empresas. Es un Robin Hood paradójico: roba a los “pobres” y a las pequeñas empresas el “valor” (oro) que atesoran para dárselo a los “ricos” a cambios de bonos (vales).El daño que el BCE está causando al Euro y a la UE es tremendo y solo puede interpretarse de una manera: ni Francia, ni Alemania ni el Reino Unido creen ya en el Proyecto de Construcción Europea, y se han alistado como vasallos dell Proyecto Americano Global. Están preparándose – visiblemente – para un escenario futuro muy distinto al que inspiró la creación de la CEE.Belge. 10-03-16