El principal truco del Diablo es hacer creer que no existe. Al hilo de un pequeño debate abierto con Carles Sirera Miralles en Twitter, no he podido por menos que recordar la enseñanza de mi profesor Jean Jacques Bude, en la Universidad Libre de Bruselas. Toda su cátedra de Psicología Social versaba sobre el constructo de la Economía moderna que se deriva del relato religioso al final de la Edad Media, cuando colisionan los paradigmas del Justiprecio y de la Usura.Apunta Carles Sirera que la pretendida Ciencia Económica, disfrazada de rigurosa econometría y preñada de fórmulas matemáticas, se basa en la asumpción de una narración histórica sin la menor entidad científica. Ninguno de los postulados que cimentan la reflexión académica y las teorías económicas ha sido verificado por los historiadores. En alguno de los párrafos iniciales de La Estafa del Euro explicada a un niño de 6 años aludo a que las diferentes generaciones de nuestra civilización occidental que se han sucedido en los últimos 2500 años siempre se han interpretado a sí mismas como modernas y actuales. El neopositivismo de las teorías de la modernidad y de sus distintos avatares es un mero reflejo del sectarismo fundamentalista y etnocéntrico que alimentan los sacerdotes del templo. Semos los mejores, los más libres, los más modernos, los más avanzados y los más guapos: hay que seguir avanzando en la misma dirección.Pero ¿qué hay realmente detrás del relato económico de la modernez? El éxito de la anglobalización – según la feliz expresión que le leo a Sirera – no se debe a la validez de sus principales tesis económicas, morales y religiosas, sino a dos tipos de circunstancias históricas más o menos afortunadas. Las epidemias de Peste en la Europa Septentrional liberan a muchos siervos del yugo feudal: se origina una feroz competencia por asegurarse la reducida mano de obra disponible. Se transita así del concepto de la “disponibilidad” del esclavo sumiso al de la “utilidad” del trabajador mercenario.De un modo “natural” se desarrollan en esos países los “burgos” y “ciudades” de tipo feudal, frente al modelo de urbanismo “democrático” o popular del Sur meridional, que acaba propiciando el Corso para suplir la fuerte despoblación y la escasez de personal en talleres, campos y fábricas.