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El Euro y la España de las Autonomías


 

Hay dudas históricas que revolotean durante años. Están ahí, en nuestras mentes, no conseguimos despejarla. Pero, un día, sin saber porqué, se posan. Lo que ayer era un claroscuro, hoy es luz. Han sido 20 años sin entender el motivo de las prisas de una región como Cataluña y de toda España  por formar parte de la Unión Monetaria desde el primer instante. Tendía a pensar que una ingenua mezcla de ilusión y codicia había precipitado sus pasos. A simple vista, la más elemental intuición económica apuntaba a que la estructura presupuestaria de la España de las Autonomías era incompatible con el lógico funcionamiento de una Unión Monetaria.  Pensaba que España no podría competir con el Euro e hice pública la necesidad de prevenir  las consecuencias patrimoniales de aquella situación. Acuñé la expresión: “defenderse del Euro”.

Lejos de aclarar el debate,  la gestión de Wim Duisemberg al frente del BCE añadía más confusión. La política del euro débil y la facilidad de crédito servían para impulsar las exportaciones y el crecimiento económico. ¿Quién iba a pensar que la Unión Monetaria echaría a andar por esos caminos tan poco ortodoxos?

El nombramiento de Jean Claude Trichet en julio de 2003 puso fin a esa pacífica transición de la Peseta al Euro, y ya se podía vislumbrar que la Cataluña empezaba a padecer los graves desequilibrios financieros y presupuestarios que se podían presuponer.  Una economía dopada directa e indirectamente con dinero público no tenía fácil seguir siendo “polo de desarrollo privilegiado” en una Unión Monetaria de regiones que compiten entre sí por un mismo mercado. No es lo mismo ser líder de Segunda División con favores arbitrales, que colista en Primera.  ¿Acaso creían que iban a seguir recibiendo ayudas de los árbitros alemanes?

La solución estaba escondida la vista.  La escuela constructivista de la Bauhaus demostró, con una serie de experimentos ingeniosos, que lo más evidente es lo último que se ve. Somos más o menos conscientes de los cambios cuando se producen de un modo brusco, pero el cerebro humano no registra pequeñas e insignificantes variaciones en el entorno.  El “truco político” consiste en “negar” la evidencia, presentando los pequeños cambios que se perciben  como algo insignificante e intrascendente. No hubo debate público, como tal, sobre la conveniencia de adoptar el Euro y, en aquellos momentos, nadie intentaba adivinar las consecuencias que iban a llegar en breve. La Opinión Pública nunca supo el poder que estaba entregando al BCE y al Bundesbank alemán.

¿Cómo explicar la decisión del 1 de junio de 1998 que fijaba la paridad del Euro en 166,386 pesetas?  La gente no llegó nunca a entender que esa “moneda única” implicaba una forma sutil de cobrarles un nuevo impuesto, porque nadie sospechaba de la mala fe por parte de las élites políticas, mediáticas  y empresariales. La información y los análisis prospectivos debieron circular por cenáculos restringidos, como demuestra la famosa salida de tono del ministro Rodrigo Rato, pidiendo parar el reloj de la Unión Monetaria, o los artículos de prensa que publicó el gobernador del Banco de España, Luis Ángel Rojo.

Las razones de unos y otros eran muy diferentes, e incluso opuestas.  Unos anhelaban el rigor presupuestario y la austeridad de los nórdicos y otros la cesión de una parcela de soberanía que debilitara el poder de España. El caso es que la cesión de soberanía monetaria, que insistían en vendernos como muy positiva para España por toda suerte de razones estrafalarias, no pudo implementarse sin un análisis pormenorizado de toda suerte de escenarios adversos. No se publicó nada. Nadie manifestó dudas, ni siquiera los nacionalistas, que se oponen por sistema a cualquier política que pueda resultar beneficiosa para España.  Todos fueron a una.

Si hacemos memoria, o consultamos las hemerotecas, podemos recordar  que es en 2001 cuando  Ezquerra Republicana de Catalunya y CIU lanzan la cuestión de las Balanzas Fiscales en España. Su argumento, dirigido a un gran público lego en la materia, es que Cataluña ha descendido puestos en la tabla clasificatoria de las 17 autonomías por culpa de Madrid, que desvía recursos para mantener a Extremadura y Andalucía. El debate sobre la solidaridad fiscal y los recursos detraídos de la economía catalana solapan el debate sobre el Euro. A tenor de todo lo que ha ocurrido en España en los últimos 20 años, cabe preguntarse si aquello fue una simple casualidad.

(C) Belge

¿Cuándo arrancó la Hoja de Ruta Secesionista en Cataluña?


La jugada de salida ten presente, que es lo primero que se le olvida a la gente.  Las hemerotecas de los periódicos son una de esas cosas que echaremos de menos cuando Google y otras aplicaciones de la era cibernética hayan arruinado definitivamente la Prensa de papel. No habrá manera de visualizar lo que fue el pasado, leyendo un sencillo recorte de periódico. El artículo más anodino, en una hoja amarillenta del pasado, es capaz de poner en jaque la máquina de propaganda política y jurídica más engrasada. No hay relato oficial que resista el paso del tiempo.

El 19 de agosto de 1991, un Golpe de Estado militar en Moscú desintegraba la URSS. Perdía 15 repúblicas y el gobierno federal yugoslavo se quedaba sin su principal valedor en Europa. El Ministro de Exteriores de Alemania, Hans Dietrich Gensher, se posiciona a favor de la Independencia de Croacia y Eslovenia y la Comisión Europea, movida por los halcones holandeses y daneses, se lanza a reconocer la independencia de Estonia, Lituania y Letonia.  El mismo día, el gobierno croata de Franco Greguric debate la declaración de guerra a Serbia en todo el territorio croata. Ha pasado tan sólo una semana.

El 3 de septiembre de 1991, el presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, vuelve de vacaciones y expone de forma oficial que “Cataluña tiene los mismos derechos a la independencia que Lituania”.  El líder de CIU explica con claridad que “si el nacionalismo ha acabado con el faraonismo soviético, también puede acabar con España” y Ezquerra Republicana de Catalunya anuncia que pone en marcha una campaña para que los ayuntamientos catalanes se pronuncien a favor de la Independencia. El primero en hacerlo es un municipio de Gerona, con mayoría absoluta de CIU.

El 9 de septiembre, el ministro socialista Carlos Solchaga acepta la propuesta holandesa de una Europa y Unión Monetaria de dos Velocidades, a la que se oponen la Comisión Europea, que preside Jacques Delors,  y los representantes de Francia, Portugal, Italia y Grecia. Hay prisas por aprovechar el momento histórico.

(c) Belge

Operación SYRYZA: la vuelta de Grecia al DRACMA


Como periodista, tuve la inmensa fortuna de explicar y anticipar detalladamente el estallido de la crisis subprime y de la Guerra de Ucrania, pero el análisis político y económico del que estoy más orgulloso es el que me permitió vaticinar a partir del verano de 2014 lo que iba a ocurrir en Grecia. Un tercer rescate de 50.000 millones de euros.  No era magia, solo observación de los pulsos que se estaban librando en el mercado financiero. Los grandes Fondos de Inversión se habían puesto muy nerviosos. Mario Draghi les había prometido, antes del verano, una contrapartida de 1 billón de euros para que pudieran materializar beneficios en el mercado de bonos.  Al tiempo que dejaba los tipos de interés a 0, el BCE generaba expectativas  muy difíciles de cumplir en un contexto de deflación. Como reza el dicho, no se puede sorber y soplar a la vez.

De nuevo, en esta ocasión,  las oportunas dudas que volvía a generar la evolución financiera de Grecia  servían de pretexto para facilitar el arbitraje. Los especuladores e inversores empezaron a tomar posiciones bajistas en el mercado mucho antes que el Primer Ministro griego, el conservador Andoni Samaras, anticipara su intención de anticipar la salida del rescate un año antes de lo previsto. Los inversores iban a considerar la medida como electoralista e interpretar  que ponía en riesgo la estabilidad de la incipiente Unión Bancaria en la Eurozona. La realidad era mucho más prosaica: mientras el mercado estaba “tutelado”, especular con los bonos griegos era tan fácil como dispararle a un pato de cartón en un puesto de feria.

En diciembre de 2014, el Presidente Samaras era conducido por Alemania a presentar una moción de confianza suicida, al denegarle el Eurogrupo  un préstamo de 7.000 millones de euros para anticipar 3 meses el final del rescate de Grecia. El líder de Nueva Democracia había conseguido recuperar muchas de las constantes vitales de la economía griega, pero no contaba con un apoyo parlamentario excesivamente sólido. En la oposición, los diputados de SYRIZA se impacientaban.

Las escenas políticas que se estaban desarrollando en Atenas, Berlín y Bruselas tenían bastante que ver con las artes dramáticas.  Antes de celebrarse las elecciones, al calor de las encuestas que pronosticaban una victoria de Alexis Tsipras,  Schauble filtraba a la prensa alemana que lo mejor para Grecia era salirse “temporalmente” del euro y devaluar su nueva moneda hasta recuperar el equilibrio. Más allá del ruido político y del runrún mediático, era una fórmula cómoda para llevar a cabo, de facto, la ansiada quita. Para Bruselas y Berlín, tanto como para el futuro gobierno de Tsipras, la mayor dificultad que entrañaba semejante planteamiento lógico era como gestionar el riesgo de contagio al resto de regiones de la Unión Monetaria. Grecia era la incómoda prueba del fracaso del Euro en su propia concepción, y ya no encajaba ni en la UE ni en la Unión Monetaria.

 

 

De acuerdo con ese propósito, ell brillante economista e inexperimentado Ministro de Finanzas Varoufakis  planteó en Bruselas una estrategia negociadora de gestos que iba a descolocar a la inmensa mayoría de los analistas económicos y políticos en todo el mundo. Sin embargo, ninguna de sus divertidas provocaciones puede cambiar el hecho sagrado de que fuera siempre un firme defensor de una Unión Europea y Unión Monetaria muy “alemanas”.

Desde antes de salir elegidos en enero, SYRIZA le pedía al EUROGRUPO y a Berlín un crédito puente y una prórroga del rescate de 6 meses.  El dinero y el tiempo político que Ángela Merkel  le negaba al liberal Andoni Samaras, se los concedía al extremista Alexis Tsipras. Grecia  iba a disfrutar de un periodo de “transición” relativamente cómodo, en el que el propio BCE se encargaba de dar liquidez a los bancos del país para poder esquivar el temible corralito. Es de imaginar, desde un punto de vista lógico, que durante ese dilatado periodo los ciudadanos griegos tuvieron tiempo y oportunidades suficientes para meter sus ahorros debajo del colchón y poder afrontar sin traumas un pequeño corralito.

Nada de esto habría sido posible sin el consentimiento de Alemania ni la ayuda de Mario Draghi. De modo que cuando la prensa mundial “filtraba” la noticia de que Bruselas y Atenas podrían estar trabajando en una vuelta temporal de Grecia al Dracma, con el apoyo financiero de la propia Unión Europea para estabilizar la nueva moneda y evitar el contagio a otras regiones vecinas y periféricas, no hacía sino confirmar toda una estrategia perfectamente diseñada y coordinada, que incluía la aprobación de un tercer rescate de 50.000 millones de euros y una cuantiosa quita de facto para los acreedores internacionales.

Las proclamas políticas de Varoufakis contra Alemania sirvieron para tapar la probable existencia del pacto previo.  A Grecia le interesaba poder “devaluar” su moneda y volver a la normalidad tras 5 años de un castigo sin precedente, y a Alemania le convenía hacer olvidar que el terrible fracaso de la Unión Monetaria y del Euro se debía a sus propias tesis monetarias y mercantilistas. Cuanto antes desaparecieran las huellas del crimen, y el bochornoso espectáculo de criminalizar a los PIGS para justificar las políticas de austeridad, más fácil intentar hacer borrón y cuenta nueva en la UE. Pero la inesperada mayoría absoluta de Cameron en el Reino Unido, y el anuncio de un referéndum sobre la permanencia en UE, llevó a tener que adelantar los plazos “previstos” de la transición.

Lo que no sabía Varoufakis, es que el Plan B escondía un Plan C. La mayor dificultad para la salida temporal de Grecia del Euro giraba en torno a las condiciones de la devaluación y vuelta al Dracma. El apoyo del BCE era fundamental para estabilizar la nueva moneda, a cambio de comprometerse a asumir la Deuda y mantener las reformas en curso. Las negociaciones estaban muy avanzadas. El apretón de manos entre Yanis Varoufakis y Wolfgang Schaeuble, celebrando estar en desacuerdo en todo, era muy significativo.

Varoufakis pedía, de un modo razonado y razonable, canjear la Deuda Griega por bonos ligados al crecimiento del PIB, al estilo de lo que se acordó en 1953 en Londres para ayudar a la República Federal de Alemania. Pero el rechazo de Schaeuble a ese plan, exigiendo el cumplimiento del Memorando firmado con la Troika, revelaba  que, en realidad, se está negociando otra cosa. Si Grecia sale del euro y vuelve al Dracma nacional, la ayuda de Alemania se antoja esencial para estabilizar la nueva moneda y respaldar una Deuda Pública denominada en euros y dólares.

Varoufakis intentó ganar tiempo para presentar otro  plan al Eurogrupo , pero el verdadero problema que planteaban estos planes era el efecto contagio. El famoso riesgo moral. Alemania está atrapada en su propio cepo y los términos de cualquier acuerdo formal que beneficie a Grecia se van a analizar con lupa. La alternativa a una salida “ordenada” era una estrategia de hechos consumados que daría alas a todos los movimientos populistas que estaban proponiendo saltarse la pared. Grecia finge haber puesto en jaque a la UE y a Alemania, porque la escenificación de los desacuerdos es un paso claro hacía la política de los hechos consumados. Provocar un corralito sería un primer paso para amagar con una salida forzosa del euro y obligar a los socios europeos a tener que aprobar un nuevo rescate.

Tsipras y Varoufakis convocaron un referéndum sobre el Memorando de la Troika para perderlo, pero lo ganan.  La pregunta era clara (“¿Debe ser aceptado el proyecto de acuerdo presentado a Grecia por la Comisión Europea, el Banco central Europeo y el Fondo Monetario Internacional en el Eurogrupo del 25 de Junio de 2015?”) y la respuesta de los ciudadanos griegos fue rotunda: ¡No!. A partir de ese momento, los acontecimientos se precipitan. En lugar de dar el paso y salir del Euro, Varoufakis pone el despertador a las 8h30 de la mañana para anunciar su dimisión y salvar a los especuladores alemanes y anglosajones del batacazo cantado que les espera. Tanta consideración es sospechosa. ¿Porqué iba a querer Varoufakis salvar a los “enemigos” de Grecia?

Con la dimisión del Ministro de Finanzas, el verdadero pacto de Tsipras y Merkel queda al descubierto. Se aprueba un tercer rescate de Grecia, y una futura quita de su Deuda, a cambio de un drástico recorte del  30% en las pensiones públicas y un agresivo plan de privatizaciones.  De los 86.000 millones de euros que compromete el Eurogrupo hasta 2018, 26.000 van destinados a recapitalizar sus bancos y a liquidar vencimientos a los Fondos de Inversión. Ángela Merkel apoyó  a SYRIZA, convencida que un líder radical y marxista lo tendría más fácil  para pastorear al pueblo griego.

La Puta al río


España camina de victoria en victoria, hasta la debacle final. Está siendo destruida y no se atreve a poner nombre a la cosa. Sabido es que la Santa Inquisición Puritana tiene como principal cometido impedir que el pueblo soberano tenga consciencia de sí mismo. . La novolengua nazi, que George Orwell describía con precisión de lingüista en 1984, tenía como función  reducir el lenguaje a una sucesión de consignas y eslóganes huecos que impedían cualquier forma de pensamiento político alternativo.  Al suprimir conceptos y expresiones centenarias, el objetivo de los censores es hacer imposible el pensamiento lógico. Bajo el disfraz de decirnos cómo debemos expresarnos, para ser políticamente correctos, están sometiendo el pensamiento a autorización previa.

 

Tras la derrota electoral del 21-D en Cataluña, el gobierno de la nación ha perdido su pulso con los nacionalistas. Ha quedado a la intemperie y empiezan a ser muchos los que le niegan el paraguas. No tengo decidido si es peor que un Tribunal en Luxemburgo  ampare las denuncias falsas de unos mercenarios  vascos o que la UE germanizada obligue a España a mendigar un puesto menor vacante en el BCE. Criticamos en su día a Zapatero por mendigar una silla en el G-20 e hipotecar irresponsablemente la legítima defensa de la economía española, y criticamos ahora a Rajoy por el mismo motivo. No es posible “tragar” con las afrentas de Bruselas, Copenhague y Luxemburgo, y arrastrarnos por conseguir colocar a Luis de Guindos como vicepresidente del BCE al precio de apoyar la inminente elección del candidato del Bundesbank.

Luis de Guindos ha sido un Ministro de Economía solvente, y bajo su batuta, España ha conseguido recuperar el equilibrio y estabilizar sus constantes vitales. A toro pasado, cualquier militante o tertuliano puede conseguir lo mismo y enumerar los tropiezos, pero en 2011 no era sencillo esquivar el caos que se nos venía encima. Su salida del gobierno es lo que parece: una huida que anticipa el punto final del capítulo. El relato de la recuperación  económica ha acabado.

El nuevo capítulo, que pretende narrar el escribano de La Caixa, se titula: “1,2,3, Reformas y Modernizaciones, otra vez”.  No deja de ser sarcástico que siendo tan catalán, el tal Albert Rivera se parezca tanto a los míticos personajes de Paco Ibañez.  Si Zapatero fuera una burra paticoja y Aznar un percherón miope, tendríamos retratado al burdégano del Paseo de Gracia que finge ser fino corcel de Jerez.

La impunidad con la que decenas de miles de delincuentes infringen las leyes en sus dominios ha puesto de manifiesto ante todo el mundo que el Gobierno ha perdido el control del Territorio, de su Administración y de las Fuerzas del Orden. La Apariencia de Justicia, que se escenifica en los telediarios y demás medios de comunicación, no engaña a nadie fuera de nuestras fronteras.  La sentencia tan esperpéntica como grotesca que el Tribunal de Derechos Humanos ha emitido contra la resolución del Tribunal Supremo solo se puede interpretar de una manera: voluntad de tantear la debilidad de España antes de abrir nuevos frentes.

El tiempo que ha transcurrido desde el pasado 21 de diciembre le ha servido al nacionalismo para comprobar que el Gobierno  está inerme y no es capaz de sacar al parlamento catalán del limbo jurídico que han creado. Dentro y fuera de España, calculan que el Partido Popular habrá perdido a la mitad de su electorado y estará pidiendo la puntilla en tan solo 6 meses.

El frente lingüístico que Francina Armengol ha abierto en las Islas Baleares contra los españoles, con la ayuda de los catalanistas y la complicidad de Alemania, va más allá de la simple provocación política. Es una agresión territorial y un disparo bajo la línea de flotación de la Constitución de 1978. Invocar el supuesto privilegio de 200 o 300.000 nativos radicales a imponer su dialecto es vulnerar el derecho fundamental  que asiste a la población española que vive o veranea en Mallorca o Ibiza.  Millones de españoles pasan a ser extranjeros en su propio país, con menos derechos que los colonos alemanes  y británicos, a los que atenderán en sus lenguas, salvo el de mantener con sus impuestos aquel derroche de cinismo.

El nacionalismo está intentando llevar la Insurrección política, económica e institucional hasta el límite de la Comunidad Valenciana y ha empezado a mover fichas en Asturias. Es una zona de conflicto que ya afecta a una población de 20 millones de personas, en una demarcación dibujada por el curso del Ebro. Y no se puede descartar, a priori, que esté en sus planes llevar el contencioso al terreno militar. La razón sería bastante evidente: todos los planes anteriores no sirven de nada si no se aseguran el control militar del agua.

La estrategia de contención, ideada por Rajoy a partir del año 2007, le sirvió al PP y a la propia sociedad española para evitar males mayores y esquivar la que habría sido una intervención directa de la economía española por parte de Alemania y EEUU.  El Status Quo se prolongó hasta el año 2015, y en 2016 se evitó, milagrosamente, un gobierno del Psoe y Podemos con los catalanistas. Lo correcto habría sido repetir las elecciones, con otro cartel, pero Mariano Rajoy cayó en la trampa de creer que el PNV aprobaría los Presupuestos Generales del Estado por su propio interés cuando solo estaba condicionando su respuesta al Desafío Catalán.

El objetivo de los Independentistas el 1 de Octubre era escenificar un inexistente Conflicto Político ante los ojos de todo el mundo. El planteamiento estratégico del Gobierno fue completamente equivocado. Cuando se quiso dar cuenta del error de cálculo que había cometido, ya tenía a Ciudadanos y al Psoe jugando sus propias bazas con la aplicación del artículo 155.

El gran error que cometen los partidos constitucionalistas en su batalla del 21-D, fue no tener en cuenta que el CENSO electoral está manipulado e inflado en más de 1 millón de ciudadanos. En Cataluña viven entre 6 y 6,5 millones de personas, no 7,5 millones.  Era imposible abrir el candado de un Parlament blindado durante la Transición: la llave la tenía el PSC, no Ciudadanos. El voto útil deja al PP fuera de juego en Cataluña y se convierte en una verdadera trampa para elefantes.

Ciudadanos, el partido creado por La Caixa para okupar el hueco de mercado que se había ganado UPyD, no está ni ha estado nunca interesado en resolver el problema catalán. Su objetivo es restarle votos de “centro” al Partido Popular, del mismo modo que Podemos intenta robarle votos por la izquierda al PSOE. Duda, según el auditorio o la periodista que le entrevista, entre ser más socialdemócrata que Felipe o más Liberal que Tatcher.

El mayor obstáculo para que continúe la legislatura, bajo los parámetros actuales, es que el voto de Centro es desmovilizador. El CDS de Adolfo Suárez se estrelló en las urnas por no tener en cuenta ese pequeño e insignificante detalle: el votante del centro político no es militante. Si Ciudadanos consiguiera sumar entre 4 y 5 millones de votos, sería porque un PP castigado por la abstención habría bajado de los 5 millones. Se da así la extraña paradoja –calculada con precisión por los nacionalistas de La Caixa – que el mayor éxito de Cs coincide siempre con un auge histórico de los Independentistas. 5 millones de votos para Albert Rivera son 50 diputados para los nacionalistas vascos y catalanes. Dicho de otro modo: solo podría formar gobierno con el PSOE, con el permiso de ERC, siempre y cuando indultaran a los golpistas procesados.

Bajo esas premisas, el gobierno de Mariano Rajoy no puede esperar a recibir los dividendos políticos de la recuperación económica. No llegará a cobrarlos como político en activo. Ni siquiera puede permitirse apurar la legislatura sin Presupuestos hasta las Municipales. La debacle para el Partido Popular sería histórica. Es un riesgo que no debería asumir, teniendo España, a la vista, unas Elecciones Constituyentes. No se me ocurre nada peor para la Historia de España que encarar ese proceso y esos debates con un catalanista embozado como Albert Rivera como “líder” mediático del Centro Derecha.

España rancia Versus España moderna

 

Todas las encuestas  apuntan  en la misma dirección: los partidos políticos con marca nacional van a llegar muy igualados a las próximas elecciones y se van a repartir de 20 a 22 millones de votos.  De ello se deduce que será matemáticamente muy difícil articular una mayoría parlamentaria. El que mejor lo tiene es el PSOE, que pasa a estar en todas las quinielas, y el que peor, el PP, que baja de los 100 diputados. Al margen de la distribución concreta de los escaños, queda claro que el partido de Mariano Rajoy pierde el Senado y la capacidad para bloquear iniciativas legislativas disparatadas.

El marxismo tiende a reproducir sus pautas y estrategias en todos los continentes. Por ello es bastante previsible que enfoque toda su política económica contra los intereses del mundo rural y de la España interior. En los medios de comunicación, controlados y dirigidos desde Barcelona, ya se ha construido la imagen de una España vieja, rancia, corrupta y castellana que frena el desarrollo de una España joven, fresca, pujante y catalana. La España católica que vota al PP es reaccionaria y está anclada en el pasado; la España moderna es científica, progresista y mira al futuro con optimismo.

La realidad de la España de 2018 difiere mucho de la caricatura dibujada por los medios del nacionalismo catalán.  La supuesta España moderna, que mira al Mediterráneo y vive del turismo europeo,  acumula un déficit estructural que supera los 150.000 millones de euros al año, y no produce nada que permita colmar ese agujero. Gasta mucho más de lo que es capaz de ingresar, y se ha acostumbrado a un nivel de vida que no puede mantener.  Es adicta a las transferencias netas que salen de los Presupuestos Generales del Estado. Cuenta con una población activa de 5 millones de personas y una población pasiva de 15 millones. Sus trabajadores no son empresarios y científicos, sino camareros y repartidores precarios, y en su población pasiva abundan los jubilados europeos y los militantes políticos que viven a cuerpo de rey y derrochan recursos públicos.

Al igual que ocurre con las familias que padecen la tiranía de un hijo drogadicto en casa,  en la España que se nos viene encima los nacionalistas adictos y sus dealers no dudarán en saquear todo lo que puedan, con cualquier pretexto.  Pero mas allá de las amenazas y la violencia perpetrada por el yonquí catalán, el verdadero problema de fondo es que la ruina de la familia no va a proporcionarle nuevos recursos ni reducir su déficit estructural. Al contrario.  Y antes o después, el nacionalismo catalán intentará provocar su quinta guerra carlista.