Los negocios que S. G. S. gestionó durante décadas no serían relevantes si la Moción de Censura del 1 de junio de 2018 contra el gobierno de Mariano Rajoy hubiera respetado la letra y el espíritu de la Constitución. Ese día irrumpía en el Congreso un individuo que, con el pretexto de presentar una Moción Constructiva, usurpó la reglada función del Jefe de la Oposición, dando réplicas sin fin a unos y otros sin exponer ninguna de las medidas de un programa de gobierno al que obligaba la ley.
De la magnitud del dinero que generaban los negocios de SGS, da idea la sentencia judicial del Supremo que le condena a pagar 1,5 millones de pesetas de 1989 como responsable civil subsidiario por un accidente laboral ocurrido en su “Sauna Adán ” de la céntrica calle San Bernado. Del orden de los 100.000 euros actuales.No vamos a escribir sobre puticlubs, sobre el lucrativo y sucio negocio de la prostitución, ni sobre los tejemanejes del cada vez más poderoso lobby gay en la sociedad española. Tampoco tendría sentido recalcar la tremenda hipocresía política y el impostado discurso feminista del PSOE, aprovechando que se ha lanzado a profanar tumbas para meterle el dedo en el ojo a la sociedad española, mayoritariamente católica. Las contradicciones del marxismo luterano son infinitas, como lo son las aporías lógicas del nihilismo. Las cuitas de los nietos y bisnietos, que tan bien vivieron de la herencia política y económica del abuelo Franco antes de devenir marxistas, forman parte del típico inventario de esperpentos ideológicos común a cualquier cambio de régimen. Cambiarlo todo para que todo siga igual.El tardío testimonio de mi madre sobre la Barcelona del verano de 1953 me ha permitido ver con los ojos de una niña inocente como era realmente esa Cataluña que hoy miente sobre su pasado y se inventa épicas luchas antifranquistas y soterradas resistencias. En esa Barcelona hostil y antipática, todos hablaban en catalán y los más apegados al régimen disfrutaban de largas vacaciones en la Costa Brava. El español era la lengua de las chachas gallegas y castelllanas, como explicaba Jordi Pujol, y ningún tendero se rebajaba a comunicarse con ellas. Todos vivían muy bien, y esa comodidad franco-catalanista ya era una notable excepción en España y en el resto de Europa. Gracias al inmenso trabajo del historiador Tony Judt conocemos las tremendas penurias que padecieron muchos británicos, franceses o belgas hasta rozar la década de los 70. La emigración de una pequeña parte de mi familia a Cataluña fue inducida por una serie de circunstancias excepcionales. Acababa de fallecer la bisabuela en Paris, a temprana edad, dejando su viudo con 4 niños a cargo. Desamparado y sin familia alrededor, en algún momento debió pensar que su mejor opción era regresar a España. Pero eligió el peor momento para hacerlo. El hijo mayor de mi bisabuela, Mesmín, que ya había hecho un largo servicio militar en Francia, fue reclutado y acabaría haciendo 9 años de “mili” antes de quedarse definitivamente a vivir en Barcelona en los años 40.La importancia de los testimonios directos es fundamental porque permite ver con otros ojos como fue el pasado, sin una lectura previa que mediatice el conocimiento. Un detalle nimio, una anécdota, la memoria de un olor o de una sensación evocan la realidad de un modo directo muy diferente. Los recuerdos de mi viejo vecino, que se recreaba contándome los primeros días, me ayudaron a encajar todo lo que había leído sobre la República. Contrariamente a la imagen dramática y cinematográfica que me había formado, la Guerra Civil no llegó de golpe, sino a la manera que contaba Albert Camus en la Peste. Eran tiempos de vendimia, y habían transcurrido más de dos meses desde el 18 de julio. Mi vecino era niño y estaba al cuidado de una pequeña piara de cerdos. Había desaparecido uno, y llevaba horas buscándolo por el Monte, cuando se topó con un grupo de milicianos. Se acercaron a él y se disculparon por haberse comido el animal. Llevaban varios días sin comer. Le entregaron un saco con los huesos y los restos del cerdo, para que su madre pudiera aprovecharlos.Los acontecimientos empezaron a precipitarse. Los Republicanos habían soltado los presos de las cárceles, y los comisarios políticos iban casa por casa amenazando con matar a los que no se fueran para Madrid. Era tiempo de vendimias, y los que se iban para Cebreros mandaban recado a los suyos para que se unieran a la caravana. Mi vecino se cruzó con mi abuelo que regresaba al pueblo con el serón lleno de uvas, y le dijo que iban todos los suyos camino de Cebreros. No todos los vecinos que abandonaban el pueblo por las amenazas de muerte seguían en el grupo. Al anochecer, muchos soltaban el ganado y se escondían en el Monte, muertos de miedo. Sabían que el ganado suelto antes o después volvería a casa. Los que no se escaparon y continuaron hacia Madrid fueron reagrupados en Robledo de Chavela. Allí el ganado fue incautado por los Republicanos, y les dieron un vale para comer. Mi vecino contaba cómo cogieron una de las vacas de su familia y la sacrificaron para dar de comer a los refugiados. No dejaba de tener su gracia que les dieran un vale para comerse su propia vaca. Un escena digna de Berlanga.Allí estuvieron varios días. Un familiar de mi vecino había entablado amistad con uno de los comisarios republicanos que estaban organizando el cotarro, y este le acabó dando un consejo valioso. Le dijo que todos lo iban a pasar mal, allá donde fueran. Donde mejor podían estar era en su propio pueblo, en su casa. Este hombre les explicó que iban a bombardear la zona, por la presencia de los nacionales, pero que se escondieran y regresaran a su pueblo. Y así hicieron. La familia de mi abuelo no tuvo tanta suerte y siguió con la caravana de refugiados hacia Madrid. Nada más llegar a la Casa de Campo, les desvalijaron: mujeres, niños y varones fueron separados. Mi abuelo y sus hermanos fueron movilizados, y las mujeres fueron dirigidas hacia Cuenca y Valencia.De todos los hermanos de mi abuelo, que lucharon en Brunete y Ebro y regresaron con vida al finalizar la guerra, tan solo uno desapareció en combate: Ramón, el más alto. No volvieron a saber de él. Lo más probable es que esté enterrado en la Basílica del Valle de los Caídos, con otros decenas de miles de compañeros de infortunio alistados a la fuerza. Los familiares de esos muertos y lisiados que lucharon sin identificación no pudieron nunca cobrar pensiones de guerra, a diferencia de lo que ocurría con los mandos de la tropa republicana. A miles de concejales y comisarios políticos del Bando Republicano, a salvo en la retaguardia, les pagaron generosas pensiones e indemnizaciones hasta su muerte. Que a los soldados rasos como mi abuelo no les reconociera nunca ni una peseta de pensión no es achacable a los gobiernos de Franco ni, posteriormente, de Felipe González. El desastroso funcionamiento del “ejército” republicano ha servido durante muchos años para ocultar y justificar el modo tremendamente elitista y clasista en que se organizó y el profundo desprecio que sentían por esos campesinos a que los movilizaban como carne de cañón. No era necesario identificarlos como soldados ni reconocerles ningún derecho. Nadie se preocupaba de recoger los cadáveres de los soldados republicanos ni darles sepultura, aunque los que hoy se reclaman herederos morales de la República intenten culpar de esas desapariciones al bando nacional y al propio Franco.La familia de mi vecino estuvo en el Pueblo los 3 años que duró la guerra, viviendo sin mayores penurias y sobresaltos. Como ella, mi familia paterna, que se escondió en el Monte y regresó a los pocos días cuando los “nacionales” mandaron hacer saber a la población que no habría represalias. Y no hubo represalias. La mayoría de los que se quedaron en la localidad, y no fueron movilizados, se dedicaron a cuidar las casas de sus vecinos y evitar los saqueos. Los que siguieron su instinto natural y se quedaron pasaron muchas menos penurias y calamidades que los que fueron expulsados de sus casas. La moraleja que arroja este testimonio directo es que mi vecino Felipe y su familia tuvieron la suerte de toparse con un miliciano honesto, que se apiadó de ellos y les contó la verdad, a espaldas de las órdenes y consignas que había recibido. El tiempo ha demostrado que su juicio era certero, aunque nadie en España se ha preocupado de explicar, documentar, contextualizar esa estrategia republicana implementada en muchos casos por los presos comunes que iban soltando de las cárcelesEl Bando Republicano sacó de sus casas a millones de personas. Los empujó al Este desde Extremadura, Norte de Andalucía y Castilla. Toda esa gente sin identificar sirvió de carne de cañón y de mano de obra esclava sin salario ni derechos. Es bastante probable que la República premeditara esa campaña de terror para justificar esa política de desplazamientos y movilizaciones forzosas. La clave para entenderlo es que nada justificaba que los vecinos fueran expulsados de sus tierras, salvo los grandes bulos como el de la Matanza de Badajoz que propagaban los Comisarios de la República.(Documento excepcional, del propio Indalecio Prieto, publicado en septiembre de 1939, con prólogo excepcional, en el que reconoce dos cosas: 1)Negrín y los comunistas robaron el Oro con el pretexto de enviar armas 2) La guerra estaba perdida desde mayo de 1937)
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Excelente. Gracias David😊