Ya sea por razones fisiológicas, por sesgo cognitivo o pereza ideológica, suele ocurrir que lo evidente es lo último que se ve. Un buen libro cumple su función cuando descubre al profano la lógica oculta de las cosas que pasan. Congo lo es. Desde la primera página, es un bofetón de realidad con la mano abierta. El tono elegido para el relato es idóneo.Empezaré por una anécdota extraña. Cuenta David Van Reibrouck que el invento de un humilde veterinario escocés salvó a Leopoldo II de la quiebra más absoluta. Un golpe de fortuna extraordinario. El libre comercio había arruinado a Leopoldo II, al convertirlo en propietario de un territorio tan vasto como el continente europeo del que no conseguía extraer ninguna renta. El neumático de Dunlop revolucionaba toda la Industria, convertía el Estado Libre del Congo en el primer exportador mundial de caucho y al monarca belga de origen alemán en el hombre más rico de la Vía Láctea.La extracción del preciado latex de las lianas de caucho devino una despiadada servidumbre, una manera de pagar impuestos al Rey de los Belgas. Los habitantes del inmenso Reino del Kongo fueron reducidos, de facto, a la esclavitud. Los funcionarios y empleados del Monarca iban a comisión en el lucrativo negocio y no dudaban en emplear la fuerza y la violencia para incrementar la producción. En lugar de incentivos, los nativos recibían balazos. Locura y terror en el corazón de las tinieblas.Los mercenarios locales, armados por Leopoldo II, disparaban con pólvora del Rey. Para evitar los abusos, y que se dedicaran a la caza furtiva para alimentar a sus propias familias, los funcionarios belgas les obligaban a justificar cada bala que disparaban. De ese modo nació la curiosa costumbre de amputar la mano derecha a los recolectores de caucho a los que asesinaban por no cumplir con la producción de latex asignada.La globalización y la revolución industrial empezaron, como se ve, de un modo absurdo. El libre comercio en esa región de África Central provocó un genocidio y una catástrofe humanitaria sin precedentes, cuyas consecuencias se prolongan hasta hoy. A tientas, y sin proponérselo realmente, Leopoldo II de Sajonia-Coburgo-Gotha había inventado una nueva forma de colonización.© Belge