El Pacto de Atenas

Tal y como analizamos en diciembre de 2014 cuando el Presidente Samaras fue conducido a presentar una especie de moción de confianza, las escenas políticas que se están desarrollando en Atenas y Bruselas tienen bastante que ver con las artes dramáticas. Antes de celebrarse las elecciones, al calor de las encuestas que vaticinaban la probable victoria de Alexis Tsipras, la prensa alemana filtraba que lo mejor para Grecia era salirse “temporalmente” del euro y devaluar su nueva moneda hasta recuperar el equilibrio. Más allá del ruido político y del runrún mediático, una fórmula cómoda para llevar a cabo, de facto, la ansiada quita. Para Bruselas y Berlín, tanto como para el nuevo gobierno griego, la mayor dificultad que entrañaba semejante planteamiento lógico era como gestionar el riesgo de contagio al resto de regiones de la Unión Monetaria. Grecia es, a la vista de todos, la prueba inculpatoria definitiva del fracaso del Euro en su propia concepción.

Los hechos, dicen los británicos, son sagrados, y el hecho es que Grecia entró a formar parte de la CEE en 1981 y hasta 2008 no tuvo ninguna clase de problema financiero, económico ni presupuestario. Durante casi 30 años gozó de pleno empleo y de una estabilidad política y social sin parangón en su Historia. Todo cambió de golpe en noviembre de 2009, tras colapsar los mercados de bonos por las noticias de quiebra que llegaban desde Dubai. Desde entonces, han pasado ya más de 5 años, y la situación económica y presupuestaria de Grecia ha ido enquistándose y envenenándose cada vez más.  Atenas y la sociedad helena ya no encajan en la UE y en la UM.

El brillante economista e inexperimentado Ministro de Finanzas Varoufakis planteó en Bruselas una estrategia negociadora de gestos que ha descolocado a la inmensa mayoría de los analistas económicos y políticos en todo el mundo. Sin embargo, ninguna de sus divertidas provocaciones puede cambiar el hecho de que haya sido y siga siendo  un firme defensor de una Unión Monetaria y un Euro “alemanes”. Desde antes de salir elegidos en enero, Syriza le pedía al Eurogrupo y a Berlín un crédito puente y una prórroga del rescate de 6 meses.  Al final del mes de Junio se cumplirá el primer semestre de 2015, y Grecia habrá disfrutado de un periodo de “transición” relativamente cómodo, en el que el propio BCE se ha encargado de dar la suficiente liquidez a los bancos del país para poder esquivar el temible corralito. Es de imaginar, desde un punto de vista pragmático y lógico, que durante ese dilatado periodo los ciudadanos griegos han tenido tiempo y oportunidades suficientes para meter sus ahorros debajo del colchón y poder afrontar sin traumas un pequeño corralito por el dinero que hayan dejado en sus cuentas bancarias.

Nada de esto habría sido posible sin el consentimiento de Alemania ni la ayuda de Mario Draghi. De modo que cuando ayer la prensa mundial “filtraba” la noticia de que Bruselas y Atenas podrían estar trabajando en una vuelta temporal de Grecia al Dracma, con el apoyo financiero de la propia Unión Europea para estabilizar la nueva moneda y evitar el contagio a otras regiones vecinas y periféricas, no hacía sino confirmar toda una estrategia perfectamente diseñada y coordinada, de la que forma parte la aprobación de un tercer rescate de 50.000 millones de euros y una cuantiosa quita de facto para los acreedores internacionales.  Las manifestaciones políticas contra Alemania de Varoufakis sirvieron para tapar la probable existencia de un verdadero pacto previo.  Conjunción de intereses. A Grecia le interesa poder “devaluar” su moneda y volver a la normalidad tras 5 años de un castigo sin precedente, y a Alemania le interesa hacer olvidar que el terrible fracaso de la Unión Monetaria y del Euro se debe a sus propias tesis monetarias y mercantilistas. Cuanto antes desaparezcan las huellas del crimen, y el bochornoso espectáculo político de intentar criminalizar a los PIGS para justificar las políticas de austeridad, más fácil intentar hacer borrón y cuenta nueva en la UE.  La inesperada mayoría absoluta de Cameron en el Reino Unido, y el anunciado referéndum sobre la UE, están llevando a Berlín, Bruselas y Atenas a tener que adelantar los plazos “previstos” de la transición.

 

Belge. Febrero 2015
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