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¿Qué está pasando en la Bolsa española?


La Nada se ha adueñado de los mercados financieros en España. Los inversores más viejos del lugar no recuerdan una niebla tan densa y persistente. Lo envuelve todo. No mueven sus carteras ni los ludópatas. Nada. Las dos jóvenes empleadas, que tanto esfuerzo hicieron hace un año para convencerme de que suscribiera alguno de los Fondos de Inversión ruinosos que comercializaba su empresa, ya no están ahí para escuchar mi irónica valoración. ¿Cuántos clientes habrán picado el anzuelo?  La respuesta a la pregunta que me ronda la cabeza figura en las estadísticas de INVERCO, la patronal del sector.

Desde los máximos bursátiles de la primavera de 2015, justo antes de presagiarse el negro futuro político de España, el número de partícipes de Fondos de Inversión ha crecido en 5 millones, al tiempo que el patrimonio global gestionado se ha incrementado en 70.000 millones de euros.  Esto es posible porque el peso de la Renta Variable Nacional en el total se ha reducido a una mínima fracción. Concretamente, un 3 y 4% respectivamente. La parte del león, 40.000 millones de euros,  corresponde a los Fondos de Inversión que invierten en los mercados Internacionales. Han logrado captar a uno de cada dos nuevos partícipes, con una inversión media de 15.000 euros.

Son cifras llamativas. La Industria de los Fondos de Inversión, tan pasivera como siempre, ha logrado superar su techo histórico y duplicar sus registros. Lo ha hecho con una nueva estrategia y un nuevo perfil de cliente que aporta menos dinero. La participación media captada en 2018 se ha reducido notablemente. Está situada por debajo de los 10.000 euros y contribuye a “tapar” los reembolsos con pérdidas de este verano.

Traducida esta pequeña reflexión al lenguaje coloquial de los inversores, lo que significa la radiografía estadística de INVERCO es que la bolsa está completamente descapitalizada y el mercado financiero español no genera ninguna clase de rentabilidad. Han sido esterilizados. Gracias a la estrategia del Bundesbank y del BCE, casi todo el ahorro captado por los bancos desde el año 2013 ha sido invertido fuera de España. Cosas de la anglobalización asimétrica.

Si se mantiene el propósito gubernamental de castigar las SICAV, veremos como consecuencia directa que se liquidan muchas posiciones con pérdidas latentes acumuladas. No se será ningún drama, pero será suficiente para que la Bolsa española pierda posiciones. Lo que si va a ocurrir, cuando el BCE ponga fin a su programa de compras selectivas, es la inevitable corrección bursátil de los principales mercados internacionales.  Será suficiente para precipitar un mayor volumen de reembolsos en la Industria de los Fondos y tensionar al sistema financiero.

El sabotaje económico y financiero de España que dura 15 años, y que detallo en el libro, es absurdo, incluso desde la obtusa y tuerta perspectiva del catalanismo. Están haciendo ruido, están dañando la imagen y la solvencia de España, pero no están consiguiendo ninguno de sus objetivos reales.  El sistema financiero catalán, rescatado de tapadillo con ingentes cantidades de recursos públicos y privados, está vulnerable a merced de los consumidores españoles.

 

Digo que es absurdo porque el programa económico del gobierno del Psoe y Podemos, dirigido por una rubia teñida de formación incierta que pretende hacer buena a Elena Salgado, prioriza el castigo a los contribuyentes  que soportaron el peso real de la crisis entre los años 2008 y 2015, premiando a quienes no la padecieron. Como por desgracia, para todos, la estupidez no tiene cura, no merece la pena el esfuerzo por razonar lo irracional, ni buscar la lógica de sus disparates presupuestarios.

Muchas personas no creen en la Teoría de la Conspiración, y nosotros tampoco. Pero ¿Cómo se puede calificar la medida que estos orates catalanistas han anunciado a bombo y platillo para destruir el mercado de automóvil en España?  No reconocen la vieja pauta, el patrón de los últimos 30 años en España que va desde la reconversión industrial hasta el sabotaje del sector constructor, pasando por la desaparición del centenario sistema de cajas de ahorro. Lo están destruyendo todo, a consciencia, sin que nada justifique esos cambios.

Los analistas, políticos y periodistas no le están dando la importancia que se merece al escandaloso sabotaje  de la  Industria automovilística en España. Lo del coche eléctrico sería el Premio Nobel de las gilipolleces, si se existiera tan necesaria categoría. Contamina mucho más, es mucho más caro, encarece el precio del KW producido, y reduce por completo la movilidad. La Red no soportaría ni un triste millón de coches en circulación en todo el país.

Los urbanitas alelaos que votan a estos partidos nihilistas que tienen secuestrada la Agenda Política viven en un espacio público que representa menos del 1% del territorio nacional. En teoría, ni siquiera necesitan coche para desplazarse. Hoy los kapos castigan el motor diesel y mañana, con burdos pretextos, cualquier motor de combustión o medio de transporte que permita huir lejos de su área de control e influencia. Beber vino en una cena es un acto reprobable y sancionable, invertir en una segunda residencia fuera de la Urbe te convierte en un insolidario especulador que debe ser perseguido, y ahora, conducir un diesel, un acto irresponsable y criminal que debe ser castigado como se merece.

Y mientras todo eso ocurre, desde hace años, la prioridad del nuevo gobierno es escenificar ante todo el mundo la Insurrección de Cataluña. Para ello, necesita prorrogar los Presupuestos insolidarios de Mariano Rajoy con el apoyo de las huestes de Batasuna. Serán legión los periodistas, tertulianos y políticos del Coro mediático que jueguen a sorprenderse, pero es condición sine qua non. Sin ese esfuerzo y sacrificio de los contribuyentes, que se plasmó en los PGE, no tendrían el margen de 2 años que necesitan para proyectar  la imagen de caos en España.

Pueden llamarlo conspiración, o pretender blanquear la estrategia de la izquierda batasunizada y marxista, pero lo que no podrán evitar es que la prolongada acción de gobierno de los próximos meses deteriore el clima económico y empresarial mucho antes de lo que nadie espera. Podemos apostar lo que sea con quien quiera, que nos van empezar a aleccionar sobre los vientos de cola. En los próximos días y semanas lo vamos a saber todo sobre técnicas de navegación.  El empleo, que se venía recuperando en España gracias a la meteorología,  ahora va a empeorar por culpa de los insolidarios y corruptos votantes del Partido Popular, y toda suerte de codiciosos especuladores.

© Belge

Refutación de Laffer o el Síndrome de Robin Hood


falacia lafferImpuestos progresivos o impuestos eficientes.

Es un tópico muy extendido entre los liberales necesitados de amor creer que Laffer demostró, en una servilleta de bar, cómo la recaudación fiscal baja de manera inversa a una creciente presión fiscal. Es una de esas medio verdades o tautologías de la Vulgata economicista que no le hace ningún bien ni al liberalismo ni a la ciencia económica. La Curva de Laffer nace, en realidad, de una ilusión óptica. Es un pequeño truco de prestidigitación matemática.

Para demostrar el error de razonamiento en el que incurren los defensores de la Curva de Laffer, hay que recurrir a la descripción del Síndrome de Robin Hood y a la Paradoja del Bosque de Sheerwood en Notthingham.

Sabido es que el malvado  Sheriff  socialista de Notthingham asienta su poder sobre un ejército de mercenarios analfabetos  a los que paga tarde y mal; a duras penas les llega la magra soldada para pagar la hipoteca de la choza, el preceptor de los niños y las pintas de hidromiel en el burdel del pueblo.

Para  saquear el pueblo más rico de la comarca tienen que atravesar el tupido Bosque de Sheerwood, en el que se esconden los aldeanos renegados y pequeños delincuentes huidos de la Justicia. El esfuerzo de ir a buscarlos no vale el precio de la soga para colgarlos, de modo que es preferible organizar un pequeño convoy militar para transportar de modo seguro la Caja de Caudales.

Cuando las cosechas son buenas, reina la paz y la concordia, y el coste de mantener el orden y recaudar tributos es mucho menor que cuando las cosechas son malas y la discordia obliga a contratar y mantener un número mayor de mercenarios.  Aunque no es necesariamente una función lineal, el gasto para recaudar y transportar la Caja crece de modo proporcional al número de renegados y delincuentes que huyen al Bosque de Sheerwood. De 0 a 1 crece el porcentaje relativo de la recaudación que debe emplearse para cruzar el Bosque, ya sea porque las cosechas son malas o porque ha crecido el número de delincuentes dispuestos a organizar una emboscada.

Nos enfrentamos a dos realidades con expresión matemática muy diferentes. Por un lado, los soldados del malvado Sheriff recaudan una parte de la cosecha y del ahorro de los aldeanos en función de los criterios establecidos por el Sheriff, y por el otro, deben transportar la Caja con los tributos recaudados hasta Nottingham.  La forma de hacerlo, de un modo seguro, es pactando una comisión con los aldeanos renegados. La comisión será más elevada si las necesidades que provoca una mala cosecha son mayores.

Hasta que aparece Robin Hood en escena, por culpa de los guionistas de Hollywood, todo funcionaba de un modo reglado.  Tanto en épocas de vacas gordas como de vacas flacas, la recaudación crece de un modo lineal hasta un porcentaje en que empieza a crecer el peaje que los delincuentes les cobran por atravesar el Bosque de forma segura. Lo único que varia de un año a otro es el tamaño de la cosecha y el impuesto que cobran los delincuentes.

Robin, el hijo vividor de un político local venido a menos, regresa a casa tras irse de Erasmus por varios reinos europeos más avanzados. Enseguida se da cuenta que puede sacar tajada del negocio que tienen montado en Nottingham.  El secreto está en la masa. Por un lado, solivianta a los aldeanos analfabetos y muertos de hambre, contándoles que son nación aparte y tienen derecho a decidir por su cuenta que hacer con sus cosechas, hasta conseguir pastorear un ejército de renegados y delincuentes en el Bosque, y por el otro, renegocia al alza la Comisión de Paso con el Jefe del destacamento.

El Sheriff y Robin Hood son personajes antagónicos, que se dedican a lo mismo: cobrar un porcentaje de la riqueza producida por mantener el status quo social. Pero la posición de Robin es mucho más sutil. A los aldeanos les cobra un impuesto indirecto, el incremento marginal de la Presión Fiscal, y a los mercenarios del Sheriff, un peaje directo por atravesar el Bosque.  Pero: ¿Para qué conformarse con vivir escondido en un bosque frío y húmedo, si puede dormir en el Castillo de Notthingham?

Como se puede observar en el ejemplo analizado, la famosa Curva de Laffer, de la que tanto presumen algunos políticos metidos a economistas, es la superposición de dos curvas de aspecto muy diferentes.  En la primera de ellas, la recaudación crece de forma casi lineal hasta que llega al 100% de lo recaudable, momento en que ya se mantiene constante;  en la segunda,  el peaje que los delincuentes son capaces de cobrarles a los mercenarios es nulo y se mantiene casi nulo, hasta que crece el número de renegados dispuestos a organizar una peligrosa emboscada.

Para incrementar el tributo, el Sheriff debe mandar un mayor contingente de soldados a saquear la aldea y enfrentarse a los aldeanos emboscados. Es un error funesto que propicia que Robin le derrote y sustituya.  La lógica de los mercenarios es cobrar su nómina y mantenerse con vida; la de los  renegados, solo mantenerse con vida. Economía regulada versus economía sumergida. Lo que se puede traducir con una sencilla expresión: si crece la presión fiscal, es mejor negocio  cobrar impuestos que producir riqueza.

La principal lección que se puede extraer de la Paradoja del Bosque de Sheerwood y del Síndrome de Robin Hood, es que las dos curvas funcionan de forma independientes y predecibles hasta que aparece la política en escena. No es la presión fiscal el elemento determinante de estas dos ecuaciones: es lo tupido que sea el Bosque. Si el Sheriff optara por quemar y arrasar el Bosque, se podía ahorrar cualquier peaje y derrotar sin gran esfuerzo el patético ejército de renegados .

© Belge

El Error y la Mala Fe en la política económica


No es lo mismo tropezar y caer que tirarse al suelo. Cierto ciclista del montón, gregario meritorio que se encontró con un boleto premiado de la lotería, optó tras los fastos del éxito por caerse y mantener intacto su caché; el beneficio de las expectativas era muy superior al fugaz dolor de dar con los huesos en el suelo. La “mala suerte” es siempre la mejor coartada para mantener un buen contrato.

El símil en la vida política y empresarial es bastante evidente. De media, un directivo dura 3 años en el cargo en época de bonanza económica y comercial, y poco más de un años en periodo de crisis. Hace años, bauticé esa pequeña regla como la Pauta de las Mil y Una Noches: Mientras Sherazade consiguiera alimentar las expectativas creadas, su cabeza estaba a salvo.

En el ejercicio político y en la gestión económica, el error, la mala suerte y el accidente fortuito son magníficos burladeros que permiten ganar tiempo. Funcionan de un modo gradual. Primero se produce el percance inesperado, luego se acumulan las desdichas y por fin se asume, como mal menor, el error en la toma de decisiones. Como es natural, cuando vienen mal dadas, se toleran menos errores.

La acción política de Zapatero es un buen ejemplo de Pauta de las Mil y Una Noches. Llega de forma inesperada al Poder en marzo de 2004, en un ciclo de fuerte crecimiento y pleno empleo, y consigue mantener la ilusión hasta febrero de 2007, cuando es informado por Pedro Solbes y Jordi Sevilla de la naturaleza y magnitud de la fuerte crisis que llega.  En ese momento, el Presidente del Gobierno y líder del PSOE tiene dos opciones: seguir en carrera y mostrar todas sus deficiencias, o “tirarse” a la cuneta y jugar a mantener las expectativas.

Todos conocemos que Zapatero y sus ministros se dedicaron a negar la existencia de ninguna crisis, de modo que no hay lugar a interpretaciones y matices. La estrategia del PSOE y de los nacionalistas catalanes en 2007 y 2008 fue simular el “error” en la gestión de la economía con absoluta Mala Fe. Intentaban ganar tiempo porque el objetivo real de su política económica era otro: favorecer a las empresas catalanas desde los Presupuestos Generales del Estado e impulsar la Hoja de Ruta independentista, debilitando la capacidad defensiva de la Administración y del Estado.

El cuento cambió a partir de 2008 y casi no resulta extraño que los muchos periodistas y tertuliano que conforman el aparato mediático español pasaran por alto el análisis literario y lingüístico más elemental. Un grupo social que se había pasado dos años enteros negando la existencia de los hechos de un modo esperpéntico, estaba ahora volcado en construir un relato en el que todos los males y problemas provocados por Zapatero y sus acólitos se debían al contagio de una crisis externa y a la bonanza comercial anterior. El “error” del bueno de Zapatero había sido “infravalorar” o subestimar el riesgo y las consecuencias sociales de la crisis. Pobrecito.

La diferencia entre “error” y “mala fe” en la política económica y en el debate académico es notable. El “error” presupone siempre una intención loable o razonable que se ha perseguido de un modo torpe o equivocado. Dicen, por ejemplo, que Zapatero y sus correligionarios tenían buenas intenciones al incrementar el gasto social, aunque repartiera cheques bebé sin fondos, y hacerlo por motivos electoralistas entra de lleno en el ámbito de lo “razonable”. De ese modo, el pecado de Zapatero se reduce a ser un político profesional demasiado generoso y naturalmente demagógico.

En realidad, el objeto último de ese relato que construye el aparato mediático vinculado al Psoe y al nacionalismo catalán, es ocultar el rastro de la Mala Fe. El propósito avieso no se contempla como hipótesis digna de análisis. Que el Gasto Público creciera en 3 años muy por encima de la capacidad tributaria máxima de los contribuyentes españoles no se considera un hecho relevante capaz de desencadenar una tremenda crisis económica en España.

 

En el caso de un humilde observador de la Cosa Económica, la verificación definitiva de la superchería política y periodística ocurrió en el año 2009, cuando Zapatero tuvo que recurrir al argumento de la capacidad de endeudamiento de España para intentar justificar y presentar como “razonables” unos Presupuestos disparatados e irracionales que el propio Solbes había criticado. No era gratuito ni circunstancial. Le estaba diciendo a sus votantes más lerdos y sectarios que los contribuyentes tenían la capacidad milagrosa de seguir pagando, un año tras otro, más del 100% de impuestos. Lógicamente, a los mercados financieros les debió parecer que España estaba gobernada por un timador o, en el mejor de los casos, por un auténtico orate.

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Lo que el calentamiento global se llevó


Llegó el 31 de agosto de 2018 y el calentamiento global, que veníamos anunciando desde el pasado 1 de junio, se llevó 366.000 empleos por delante. Son 100.000 empleos destruidos más que el 31 de agosto de 2017. La cifra es significativa: Datos son amores, y lo demás, buenas razones.

La Moción de Censura instrumental que idearon PNV, Ciudadanos y Psoe, con la ayuda puntual de ETA y de los partidos de la insurrección catalanista, buscaba aprovechar el viento de bonanza que inflaba las velas de la economía española antes de un verano que se anunciaba excepcional. Con el timing preciso llegaron el linchamiento de Cristina Cifuentes, la disolución de ETA, el visto bueno del PNV a los Presupuestos Generales del Estado, la renuncia de la CUP a provocar elecciones en Cataluña y la sentencia del Caso Gurtel. Todo estaba listo y la maquinaria, a punto.

Pero no habían tenido en cuenta los efectos del calentamiento global. Desde que los pobres han decidido que quiere vivir como los ricos, el planeta se resiente. Llueve en primavera, hace menos calor en verano, y los inviernos son suaves: De seguir esta tendencia nefasta, los expertos pronostican que el Sahel africano podría volver a convertirse en el vergel que fue hace miles de años. En buena lógica, los negros migratorios que ya estaban adaptados a las duras condiciones climáticas del inhóspito desierto africano han decidido que lo mejor para ellos y sus familias es saltar las vallas de Ceuta y Melilla y caminar al Norte.

Los hooligans británicos y alemanes, que son gente metódica hasta para programar sus borracheras en Mallorca con meses de antelación, estaban muy pendientes de todos los matices de los partes meteorológicos de Televisión Española. Horas y horas, cada día. No se perdieron ni una de las palabras de la catalana Mónica López en meses, para llegar finalmente a una conclusión inevitable. A pesar de los disturbios en Turquía, del mal rollo político en Italia, de la incomprensible hostilidad que sienten los griegos  por los alemanes y de los problemas de seguridad en los resorts de las costas africanas, el calentamiento global no aconsejaba veranear este año en España.

Ya barruntaba algo el nuevo gobierno del Psoe y Podemos. Sus expertos para asuntos económicos ya les habían avisado que el selecto turista anglosajón y germano no quería saber nada este año de balconing, de sexo callejero ni de violaciones impunes en las costas españolas. Por primera vez, en décadas, se ha disparado la ocupación hotelera en la desembocadura del Támesis y en los coquetos pueblos de la Bahía de Lubeck. Aún así, niegan que el turismo internacional se haya desplomado un 30% en los destinos más habituales de la Costa Brava. A lo sumo un 5%, compensado por el esfuerzo solidario y mayor gasto realizado por los socios del Comité de Defensa de la República.

Que el otoño viene caliente, ya lo explica Mónica López en la tele, al empezar y acabar todos informativos. Peligran con ello, la vuelta al cole, la venta de paraguas y la recogida de setas. Nadie debe esperar, por lo tanto, que mejoren los datos de empleo de 2017 ni que prosiga la recuperación económica en España. La fuerte subida del barril del petróleo, por la especulación de los especuladores, y menores ingresos turísticos por el cambio climático invitan a incrementar la presión fiscal sobre el diésel y a presentar unos nuevos Presupuestos Generales del Estado para 2019 más ajustados a la nueva realidad que padecen España y el Norte de Europa.

(c) Belge